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Dios nos enseña

Hace días, en una consejería, estuve platicando con uno de mis discípulos, que a su vez es un gran amigo mío, sobre una situación decisiva que él está viviendo.

Durante la conversación, hablamos acerca de que en Cristo, uno tiene que aprender a vivir una vida nueva.

Ese fue el eje de toda nuestra conversación.

Mientras hablábamos, le pregunté: “Jonathan, ¿cuántos años tienes, ahora?” Y él me dijo: “39 años”.

Entonces, proseguí y le dije: “Ya viviste 39 años a tu manera. Ahora que has creído en Cristo, comienza una nueva temporada en tu vida en la cual tienes que aprender a vivir a la manera de Dios”.

Nuestra conversación se resumió a esto: que cuando uno cree en Cristo, comienza una nueva vida en la que tenemos que aprender a vivir como Dios lo ha ordenado en su Palabra.


Solo cuando tenemos esta firme convicción en nuestra vida podemos experimentar transformaciones y cambios en nuestra vida.


Siempre les digo a mis estudiantes que un cristiano es una persona que está aprendiendo a vivir por segunda vez.


Todos los cristianos, debemos considerarnos a nosotros mismos como personas que están re-aprendiendo a vivir.


Esto implica que tenemos que aprender tanto una nueva conducta como nuevos valores y principios.


Creer en Cristo y aprender a vivir a la manera de Dios es como ponernos en la rueda del alfarero, y dejar que Él nos moldee como al barro.


Debemos aceptar los cambios que Dios quiere hacer en nuestra vida y pedirle que nos dé más y más su gracia para vivir como a Él le agrada.


Lo cierto es que el único estilo de vida que trae felicidad y brinda paz en el corazón, es aquel que Dios nos muestra en su Palabra.


Sin embargo, si optamos por una vida necia, marcada por la obstinación y siguiendo nuestro propio camino, entonces tendremos un amargo encuentro con el fracaso y el dolor.


Por ende, cada creyente debe disponerse cada día, elevar su vista al cielo por fe y decir:

“Señor, estoy en tus manos. Moldéame de acuerdo a tu voluntad. Enséñame a vivir la clase de vida que a ti te agrada”.


En el pasado, antes de conocer a Cristo, vivamos siguiendo los deseos de la carne, los deseos de los ojos y arrogancia de la vida.


En pocas palabras, vivíamos a nuestro modo, haciendo solamente la voluntad de nuestros pensamientos.


Sin embargo, al venir a Cristo, tenemos que aprender un nuevo estilo de vida.


Para ello, Dios nos hace entrar en su escuela.


Desde el momento en el que recibimos a Cristo como Señor y Salvador personal, comienza una obra de renovación y entrenamiento, llamada “santificación”, que es desarrollada por el Espíritu Santo en nuestro corazón.


La Biblia nos dice claramente que la voluntad de Dios para nosotros es que seamos santificados.


En 1 Tesalonicenses 4:1-3, está escrito lo siguiente:


1 Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más.


2 Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús;


3 pues la voluntad de Dios es vuestra santificación”.


Aquí dice con toda claridad que parte de la voluntad de Dios es que seamos santificados.


Pero, ¿qué es la santificación?


Esta palabra, proviene de la palabra “santo” que, aplicado a los creyentes, significa “apartado, separado con un propósito o diferente en esencia”.

En otras palabras, los santos son aquellos que han sido apartados por Dios y que se distinguen del resto.

Si bien, desde el momento de nuestra conversión somos considerados como santos a los ojos de Dios, Él todavía está desarrollando una obra de perfeccionamiento y limpieza en nuestra vida.


Teniendo esto en mente, podemos definir la “santificación” como el proceso permanente en la vida del creyente, por medio del cual Dios le limpia y le perfecciona.


Es la obra que el Espíritu Santo desarrolla en nosotros, de modo que cada día más vayamos repudiando lo que Dios repudia, y vayamos amando más y más lo que Dios ama.


Es además ser conformados diariamente a la imagen de Cristo a través de las circunstancias que aparecen en nuestro camino.


Por esta razón, desde que creemos en Cristo y hasta el último día de nuestra vida, Dios nos está perfeccionando.

Otra manera de decirlo, es que Dios nos hace entrar en su escuela en donde nos reeduca y nos muestra el camino preparado por Él.


La escuela de Dios es la escuela de la santificación.


De la misma forma como cuando uno entra en la universidad y debe cursar diversas materias, así también los cristianos estamos en la escuela de Dios.

A veces, nos encontramos cursando algunas materias como la materia de la humildad, o la material del perdón.

Hay quienes actualmente están cursando la asignatura de la paciencia o la asignatura de la esperanza.


Otros, incluso, están cursando la materia de la fe y la oración, y la materia de la dependencia y la confianza en Dios.

A propósito, ¿qué materia se encuentra cursando usted el día de hoy?


Como es de esperarse, hay un tiempo de preparación, de estudio y de investigación.


Esto se lleva a cabo cuando oramos y leemos la Palabra, o cuando asistimos a la iglesia y recibimos las clases del discipulado.

Sin embargo, una vez que el Maestro considera que estamos listos, nos introduce en el examen.


Es allí en donde se ponen en practica los conocimientos aprendidos y se ponen por obra las convicciones.


Las pruebas y las aflicciones de la vida son el examen que debemos presentar delante de Dios.


Cuando aprobamos dicho examen, Dios se goza y nosotros crecemos y maduramos en la fe.


No obstante, si no aprobamos, Dios es paciente y con ternura nos enseña, para más adelante permitirnos entrar en la prueba nuevamente.


Uno de los pasajes que mejor describen esta dinámica en la vida cristiana es el Salmo 32:8-10.


Allí se nos describe cómo es que entramos en la escuela de Dios.


El pasaje dice así:


8 Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos.


9 No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti.


10 Muchos dolores habrá para el impío; mas al que espera en Jehová, le rodea la misericordia”.


La frase “Te haré entender” implica, en primer lugar, que Dios nos da entendimiento y discernimiento espiritual.


Antes de conocer a Cristo, veíamos la vida de forma meramente terrenal.


Es decir, no comprendíamos las cosas espirituales, pues estábamos cegados por el pecado y el orgullo.


Sin embargo, el Señor ha abierto nuestros ojos y nos ha dado entendimiento de las cosas espirituales.

Por eso, en la actualidad buscamos las cosas de arriba y no las de la tierra.


Por otro lado, la frase “Te enseñaré el camino en que debes andar” significa que Dios está enteramente comprometido con nuestro crecimiento y desarrollo en la vida cristiana.


“El camino” en la Biblia, se refiere al estilo de vida de cada persona.


Dios dice: “Yo les voy a enseñar a vivir a mi manera, como yo lo he trazado”.


De ahí es que podemos decir que los que son verdaderamente hijos de Dios, continuamente son enseñados, formados, edificados y corregidos.


¿Por qué? Porque su Dios se ha comprometido personalmente con ellos.


Les ha asegurado que Él les llevará, les mostrará el camino y no dejará de enseñarlos y educarlos.


Un verdadero creyente se distingue por esto: Dios le enseña continuamente y su carácter es forjado y transformado por Él.


Además, en esta asombrosa promesa de educación celestial, Dios añade: “Sobre ti fijaré mis ojos”.


¡Qué bella es esta promesa!


Los ojos fijos de Dios sobre nosotros implican el cuidado soberano y paternal de Dios.


“¡Oh! No apartaré mi vista de ustedes” dice el Señor, “En todo lo que están viviendo y atravesando, mi mirada está sobre ustedes”.


Así como un padre vigila a su pequeño hijo y justo antes de tropezar interviene la caída, así también el Padre celestial tiene su vista puesta en nosotros y nos cuida tiernamente.


Sus tiernos ojos nunca se apartan de nosotros.


Mis amados, en este caminar con Dios, en esta escuela, el cuidado y el cariño de Dios nunca nos abandonan.


El versículo 9, del Salmo 32, dice así:


“No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti”.


Mis amados, si queremos experimentar la bendición de Dios de ser enseñados por Él, primero tenemos que renunciar a la obstinación y al orgullo.

Tenemos que adoptar una actitud de aprender de parte del Señor.


Tenemos que estar dispuestos a “des-aprender” para que Dios nos enseñe a vivir.

El Señor nos dice: “Deja la obstinación. Deja la dureza. No seas como el caballo o el mulo indomable. Más bien, deja que yo te moldee y haré en ti una gran obra”.

La conclusión es la siguiente:

“Muchos dolores habrá para el impío; mas al que espera en Jehová, le rodea la misericordia” (Salmo 32:10).


¡Cuánto dolor habrá para el arrogante y el soberbio que no dejan que Dios les moldee!


Sin embargo, qué bendición experimentarán aquellos que se postran ante el Señor y esperan pacientemente delante de Él.


Mis amados, hoy nos encontramos en la escuela de Dios.


Él nos está limpiando, perfeccionando y moldeando.


¡Cuán comprometido está el Señor en moldearnos y formarnos en la fe!


Usted y yo estamos, ahora mismo en la escuela de Dios.


Por lo tanto, preparémonos para aprender las lecciones que Él tiene preparadas para nosotros a partir de ahora.




 
 
 

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