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El desierto al que Dios nos lleva

Actualizado: 25 jun 2019

Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón (Oseas 2:14).

En la vida cristiana existen desiertos en los cuales, muchas veces, nos llegamos a encontrar. Estos desiertos se traducen en temporadas de confusión, desánimos, ausencia de fortaleza o temores. También pueden llegar a significar pérdidas, quebrantos y mucho dolor. Desde luego, nadie quiere encontrarse cruzando algún desierto. Sin embargo, si aprendemos cuál es el propósito del desierto y descubrimos el rostro de Dios en medio de aquella situación, nuestras vidas pueden ser renovadas y podemos encontrar un claro propósito de vida.

Hace tiempo, platicaba con un amigo muy querido y él me contaba acerca de una temporada en su vida en la que fue quebrantado y desmenuzado por Dios. En aquella conversación, él me decía: “Crucé mi desierto”. Me lo dijo con un tono agridulce. Aquella experiencia había sido muy dolorosa, pero había servido para forjar su fe y renovarlo.

Por su naturaleza, el desierto es aflicción y viene acompañado de mucha confusión. No obstante, debemos considerar que, en la Biblia, Dios dispuso en muchas ocasiones algunos desiertos en las vidas de sus siervos, con la finalidad de forjarlos como hombres de fe y despertar en ellos un nuevo amor. De manera que cuando atravesamos un desierto, si logramos contemplar a Dios nuestra aflicción es cambiada es sanidad, esperanza y fortaleza.

Es precisamente de eso que quiero conversar con ustedes durante esta semana. He titulado a esta serie de Meditaciones: “Los desiertos de la vida”. Y quiero invitarlos a que me acompañen en este viaje por el descubrimiento y la renovación.

Permítame relatarle una breve anécdota. Un hombre encontró el capullo de una mariposa y se lo llevó a casa para poder verla cuando saliera de él. Un día, vio que había aparecido un pequeño orificio, diminuto, y entonces se sentó a observar por varias horas, viendo que la mariposa luchaba para poder salir de capullo.

El hombre observó que forcejeaba duramente para poder pasar su cuerpo a través de ese pequeño orificio en el capullo, hasta que llegó un momento en el que pareció haber cesado la lucha. Aparentemente, la nueva mariposa no progresaba en su intento. Parecía que se había atascado.

Entonces el hombre, en un acto de bondad, decidió ayudar a la mariposa y con una pequeña tijera hizo el orificio del capullo más grande, y de esta manera por fin la mariposa pudo salir. Sin embargo, al encontrarse fuera, tenía el cuerpo muy débil y unas alas pequeñas y dobladas.

El hombre continuó observando, pues esperaba que en cualquier instante las alas se desdoblarían y crecerían lo suficiente para soportar al cuerpo. Pero nada sucedió. La mariposa solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpo débil y sus alas dobladas. Nunca llegó a volar y murió lentamente.

Lo que el hombre, en su bondad y apuro no entendió, fue que la pequeña apertura del capullo, y la lucha de la mariposa para salir por allí, era la forma en que la el cuerpo de la mariposa se fortalecería y haría que sus alas estuviesen grandes y fuertes para luego volar.

Amados, en la vida cristiana sucede algo similar. En ocasiones, nuestras vidas se encuentran en un pequeño orificio llamado desierto por el que tenemos que cruzar. Nos encontramos batallando y sufriendo. Llegamos a derramar lágrimas y por más que miramos en todas direcciones, todo parece ser sequía, dolor y confusión.

A veces nos desesperamos y buscamos la salida más rápida. No obstante, para Dios, en su trato para con nosotros, no existen soluciones instantáneas. Es un proceso, un camino, una temporada. Sin embargo, lo que perdemos de vista, es que el desierto forja la fe y hace que el corazón contemple a Dios.

Cuando el pueblo de Dios, Israel, fue tras los dioses falsos y adoró ídolos, atrajo hacía sí mismo la destrucción. Por su infidelidad y dureza de corazón, Dios retiró su protección y ellos quedaron a merced de sus enemigos. Cuando los israelitas pudieron darse cuenta de su terrible condición, ya habían sido asolados y vencidos por el enemigo.

No obstante, Dios les hizo una promesa por medio del profeta Oseas. Dios comparó al pueblo de Israel con una mujer que había adulterado y dejado su primer amor. Entonces, Él les dijo: “Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón” (Oseas 2:14). ¿Se encuentra usted en algún desierto?

Debemos reconocer que el desierto que muchas veces nos encontramos atravesando, es el lugar al cual el Señor nos lleva para que el primer amor vuelva a florecer y para tratar con nosotros tiernamente. Nadie se encuentra en un desierto sin ninguna razón. Por eso, recuerde que el desierto es el lugar de encuentro con Dios. Es el lugar en donde revivirá y se avivará nuestro amor por el Señor.

Haga esta oración conmigo. Amado Señor, aunque el desierto es amargo, es doloroso, es confuso, Tú me llevas allá para avivar mi fe y mi amor por ti. No me permitas caer en la obstinación y el orgullo, sino que dame humildad para recorrer esta senda, vivir este proceso, y salir victorioso al final.

Tú me has traído al desierto para hablar a mi corazón. Pronto me devolverás la paz, convertirás El Valle de la aflicción en una puerta de esperanza. Volveré a amarte y a servirte como cuando te conocí. Volverás a mostrarme tu salvación y gracia. No seré la misma persona. Gracias te doy, en el nombre de Jesucristo, mi Señor y Salvador. Amén y amén.

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