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El desierto de la tentación

Actualizado: 28 jun 2019

Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman (Santiago 1:12).

Muchas personas tienen la idea de que la vida cristiana está libre de tentaciones. Que al orar más o buscar el rostro de Dios, sus vidas avanzarán sin enfrentar ninguna debilidad. Sin embargo, la realidad es que la tentación llega a nosotros todos los días.

En uno de sus discursos, Agustín de Hipona dijo: “Somos tentados a hundirnos en la vieja vida. Necio, ¿no sabes que llevas a Dios contigo?”. En la vida cristiana, muchas veces llegamos a encontrarnos en el desierto de la tentación y la prueba. Es ahí cuando el adversario y el acusador se acerca a nosotros y nos sugiere negar al Señor, desconfiar de su gracia y valernos por nosotros mismos.

El mismo Señor Jesús estuvo en el desierto de la tentación (Lucas 4:1-2). Podemos ver que el hecho de ser lleno del Espíritu Santo, que es la experiencia en la que somos revestidos de la sabiduría y el poder de Dios no significa una vida libre de tentaciones. Sino que, a menudo, el Señor nos permitirá atravesar el desierto de tentación para que experimentemos una gloria mayor y victoria sobre el adversario.

Debemos saber que, al ser hijos de Dios, en ocasiones nos encontraremos en el desierto de la tentación. Nuestras debilidades y flaquezas serán expuestas, y descubriremos la maldad de nuestro corazón. No obstante, el desierto de la tentación es el momento de clamar por fortaleza, huir del pecado y ser llenos del Espíritu Santo (Santiago 1:12).

Ahora, ¿qué es la tentación? Proverbios 6:28 nos lo muestra. La tentación es como caminar sobre las brasas. Es el momento en que el maligno nos seduce para pecar contra Dios basándose en nuestra debilidad.

Hace tiempo leí la manera en la que un esquimal mata a un lobo, que cabe mencionar que es algo espantoso, pero nos ofrece una perspectiva apropiada sobre la naturaleza auto-destructiva del pecado y la manera en la que la tentación nos desgasta hasta arruinar nuestras vidas.

Primero, el esquimal cubre el cuchillo con sangre de animal y la deja congelar. Después, añade otra capa de sangre, y otra y otra, hasta que la navaja está completamente escondida bajo la sangre congelada.

Después, el cazador esconde el cuchillo dentro de la nieve con la hoja hacia arriba. Cuando el lobo sigue su instinto hasta la fuente del olor y descubre la carnada, comienza a lamerla, probando la sangre fresca congelada. Entonces, guiado por su instinto empieza a lamer más y más rápido, mientras lentamente descubre la hoja afilada. Sin poder detenerse, con mucha más fuerza cada vez, el lobo lame la hoja en la oscuridad de la noche.

Su anhelo por sangre es tan grande que no puede alcanza a percibir cómo la hoja desnuda corta su propia lengua, ni reconoce el instante en que su sed insaciable está siendo satisfecha por su propia sangre. El apetito carnívoro del lobo salvaje quiere más. No está satisfecho con lo que tiene. Al amanecer, el esquimal lo encuentra muerto en la nieve.

Algo similar sucede con la tentación y el pecado. Satanás nos sugiere la idea de apartarnos de Dios, confiar en nosotros mismos, desconfiar de la fidelidad de Dios. Lentamente, si cedemos, comenzamos a llevar una vida en la que parece que todo marcha bien, pero sin darnos cuenta, estamos auto-destruyéndonos y arruinando nuestras vidas.

La tentación del diablo, viene a nosotros entres direcciones. Primero, nos tienta en el ámbito físico y natural (Lucas 4:3). A través de las cosas de esta vida, como la comida y el sustento, nos invita a depender de nuestros propios recursos, olvidándonos de Dios. Debemos responder como el Señor (v. 4). Esto significa que confiamos en Dios para ser suplidos y provistos.

Además, el maligno nos tienta en la autosuficiencia y la vanagloria (v. 5-7). El diablo nos tienta para llevar una vida centrada en nosotros mismos. Pero debemos responder como lo hizo el Señor (v. 8). Esto significa que tenemos un Dueño y un Señor, de quien es nuestra vida y nuestro futuro.

No solo eso, el maligno nos tienta en la obediencia (v. 9-11). Muchas personas, hacen planes por adelantado y después oran: “Señor, bendice esto”. Pero ese es un pecado. En lugar de construir nuestras vidas pensando en nosotros mismos, debemos humillarnos ante Dios y preguntarle cómo quiere que vivamos. Debemos responder con las palabras del Señor (v.12). Esto significa que el Señor dirige nuestros pasos y que no lo haremos a nuestro modo.

El desierto de la tentación es también el desierto del entrenamiento de la fe. Por eso, si usted se encuentra en este desierto, busque en oración al Señor, someta su vida a Él, mientras resiste al maligno. Entonces, él huirá de usted (2 Pedro 2:9).

Haga esta oración conmigo. Amado Señor, me encuentro en el desierto de la tentación. El maligno rodea mi vida. Pero oro en el nombre de Jesús que no permitas que se alegre sobre mí sino dame la victoria sobre la tentación para que tu Santo Nombre sea honrado. Dame sabiduría para huir del pecado y la desobediencia.

Amado Dios, tú eres mi Proveedor, el Dueño de mi vida y quien dirige mis pasos. Tú eres mi pastor. Con tu Palabra venceré la tentación y recibiré la corona de bendiciones y una vida abundante que otorgas a los que soportan la prueba. En el nombre de Jesús. Amén y amén.

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