"Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más." Juan 8:11
Una vida sencilla consiste en mantenernos mirando al Señor Jesús, mientras renunciamos al resentimiento, al temor, a la culpa y a la inferioridad. Cuando superamos estos obstáculos y nos afirmamos en el Señor, nos convertimos en las personas más dichosas y plenas, pues encontramos la clave de la felicidad.
El día de hoy, demos el primer paso para llevar una vida sencilla. Disponga su corazón para renunciar al resentimiento y al odio, y abrace una actitud de perdón y misericordia. Entonces, el Cielo se abrirá sobre su vida y la gracia de Dios llenará su corazón.
Lo que necesitamos ahora es el perdón
Hay una anécdota muy conmovedora titulada: “Milagro en el Rio Kwai” de Ernest Gordon, que habla sobre el poder del perdón y el sacrificio.
En esta breve historia, que tuvo lugar en Tailandia, se nos muestra que cuando aplicamos el perdón y el sacrificio en nuestra vida, podemos detener el terrible poder del odio que destruye todo a su paso y podemos abrir la puerta a un tiempo de paz y esperanza.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados escoceses fueron forzados por sus captores, los japoneses, a trabajar en los rieles del ferrocarril en la selva.
Por causa del trato tan brutal e inhumano por parte de los japoneses, los presos se habían degenerado en muchos sentidos. Al ser tratados como animales, el carácter de los escoceses se había vuelto frío e insensible.
Reinaban la depresión y el suicidio, al punto de que muchos presos debían ser encadenados por las noches para que no se quitaran la vida. Tristemente, la guerra ha mostrado lo peor del ser humano.
Sin embargo, en medio de aquella tragedia tan terrible, un rayo de esperanza brilló junto al río Kwai. Una tarde, después de terminadas las labores de trabajo, faltaba una pala.
El soldado japonés que estaba al mando, se enfureció de tal forma que demandó a los trabajadores escoceses que entregaran la pala o él comenzaría a mostrarles lo que un rifle era capaz de hacer.
Cuando nadie en el grupo de trabajadores respondió una sola palabra ni se movió, el oficial apuntó su rifle en los rostros de los presos y los amenazó de muerte. Era obvio que el oficial estaba hablando en serio.
Fue en ese momento, cuando un escocés dio un paso al frente. El oficial bajo su rifle, tomó una pala y golpeó al hombre hasta que falleció.
Al termino de aquella brutal escena, los sobrevivientes escoceses, con lágrimas en los ojos tomaron al hombre muerto y lo sepultaron.
Esa misma tarde, se hizo un segundo recuento de las herramientas de trabajo. Esta vez, encontraron que no se había perdido la pala. La verdad era que alguien había contado mal la primera vez.
Aquella noticia corrió por todo el campamento: Un hombre inocente, por el solo hecho de salvar a sus compañeros, dio un paso al frente y sacrificó su vida.
Este incidente tuvo un efecto profundo en los escoceses. A pesar del odio persistente de los japoneses, los presos empezaron a tratarse entre sí como si fueran hermanos.
Hacia el final de la guerra, cuando los aliados Estadounidenses entraron y despojaron a los japoneses, aquellos que habían sobrevivido al trabajo duro y a las torturas, se pusieron frente a sus captores y en vez de atacarles, gritaron: “No más odio. No más matanza. Lo que necesitamos ahora es el perdón”.
Es asombroso lo que el sacrifico y el perdón pueden hacer en la vida de una persona, en una familia o en un grupo de presos de guerra. Si tan solo damos un paso hacia adelante y sacrificamos nuestro orgullo, dejando al pie de la cruz de Jesucristo todo resentimiento, podemos llevar una vida plena y en paz.
El resentimiento es uno de los oponentes más terribles de la felicidad. Quién abriga este sentimiento en su corazón, no podrá ser feliz ni podrá apreciar el enorme regalo de la vida que nos ha hecho el Señor. Por eso, el día de hoy debemos dar un paso y perdonar.
En la Biblia, el Señor Jesús nos enseñó que debemos ser misericordiosos y debemos extender con compasión la mano a aquel que ha fallado y caído.
Una mañana muy temprano, el Señor fue al templo para enseñar la Palabra de Dios. Mucha gente estaba escuchando al Señor Jesús y se deleitaba en sus palabras.
De pronto, se escuchó un ruido que vino de la puerta. La gente estaba sorprendida y miró hacia atrás para ver qué estaba pasando. Unas personas trajeron a una mujer y tenían piedras en sus manos. El cabello de la mujer se encontraba enredado, sus ropas estaban desgarradas, y su rostro estaba pálido.
Los maestros de la ley y los fariseos arrastraron a la mujer hasta donde estaba Jesús y le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” (Juan 8:4-5).
Ellos intentaban saberlo todo en la vida, midiendo cada situación con la vara de la ley. Sólo podían ver la tradición y las reglas, en lugar de ver a una mujer débil.
Por eso, a ellos no les importaba si una persona moría o no, porque se enfocaban solo en la ley. Estas personas siempre señalaban las faltas de los demás y juzgaban los pecados de otros.
Esta era la razón por la cual los fariseos, los maestros y los expertos en la ley pensaban sólo en castigar a la mujer que había sido sorprendida en adulterio; pues según la ley de Moisés, una adúltera tenía que ser apedreada hasta morir.
Aunque esto sucedió hace casi dos mil años, la verdad es que este tipo de escenas se repiten cada día. Muchas personas que viven midiendo todo con la vara de la ley siempre ven los puntos débiles de otros, señalan los pecados de sus semejantes y también los juzgan.
¿Sabe usted por qué una familia pasa por problemas e infelicidad? Es porque en la familia, el esposo, la esposa y los hijos se miran unos a otros usando la vara de la ley y han cerrado la puerta a la misericordia. Cuando un esposo mira a su esposa usando la vara de la ley, se convierte en un esposo muy regañón.
El esposo que tiene piedras en su mano cuando sale de su casa, la esposa que prepara piedras para arrojarle a su marido cuando vuelva del trabajo, la persona que está lista para lanzar una piedra en la sociedad, esta clase de personas, solo provocan tragedias y disgustos a donde quiera que van. No hace falta más que éste tipo de personas para que la familia o la sociedad se auto-destruyan.
Por lo tanto, deberíamos ser personas que ven las cosas usando la vara de la comprensión y la misericordia, en lugar de usar el látigo de la ley.
La tolerancia y la misericordia pueden unir a nuestra familias. El perdón puede construir puentes sobre el abismo del resentimiento que existe entre la gente.
Todo está bien y hay futuro donde conviven esta clase de personas. Hoy mismo tratemos a nuestro prójimo con comprensión, misericordia y perdón. Esta es la vida sencilla que agrada a Dios y que invita a la felicidad.
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