Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová (Salmo 34:19).
Un hombre dormía tranquilamente en su cabaña, cuando de repente una luz iluminó la habitación. Esa noche, Dios vino a visitarlo y le dijo lo siguiente: “Hijo mío, tengo un trabajo para ti. ¿Ves esa gran roca junto a tu cabaña?, quiero que cada día la empujes con todas tus fuerzas”. El hombre quedó perplejo cuando escuchó esas palabras, pero obedeció y se dirigió hacia la enorme roca de varias toneladas que el Señor le había mostrado.
Cada mañana, hacía lo que Dios le había pedido. Empujaba aquella gran roca con todas sus fuerzas. Sin embargo, no lograba moverla ni siquiera un centímetro. Un día, después de varios años sin mover la enorme piedra, el hombre regresaba cansado a su cabaña cuando el diablo arrojó un dardo de duda e incredulidad que quedó clavado en su corazón y su pensamiento. El diablo le había susurrado: “Eres un perdedor. ¿Por qué sigues obedeciendo a Dios? Yo no seguiría a alguien que me haga trabajar tanto y sin sentido. Debes alejarte, ya que es tonto que sigas empujando esa roca, nunca la vas a mover".
El hombre trataba de pedirle a Dios que le ayudara a no dudar de su mandamiento, y aunque no entendía se mantuvo en pie con la decisión de empujar. Con el pasar del tiempo, nuevamente regresaron aquellos pensamientos del diablo que tenían la intención de sembrar la duda en su corazón, con el fracaso y la frustración: “¿Por qué sigues esforzándote todo el día en esta tarea imposible? Si no vas a dejar de hacerlo, al menos haz un mínimo esfuerzo, con eso será suficiente”.
Cansado de esa situación, el hombre oró a Dios confesándole sus sentimientos: “Señor, por muchos años he trabajado duro en la tarea que me encomendaste. Me he esforzado para conseguir lo que me pediste, he empujado día tras día, pero aún así, no he podido mover la roca ni siquiera un milímetro. ¿En qué he fallado? ¿Por qué he fracasado en lo que me pediste?”
En ese instante, la tierna voz de Dios vino a él con toda misericordia y amor. Dios le dijo: “Querido hijo, cuando te pedí que me sirvieras y tú aceptaste, te dije que tu tarea era empujar la roca con todas tus fuerzas. Nunca te dije que esperaba que la movieras, tu tarea era empujar y eso lo has hecho a la perfección. Ahora vienes a mí sin fuerzas a decirme que has fracasado, pero ¿en realidad fracasaste?”
El hombre permanecía en silencio, y Dios continuó diciéndole: “Empujando la roca con perseverancia has aprendido a vencer la tentación del diablo que te decía que era inútil y has fortalecido tu fe. Además, Yo sabía que tus enemigos eran fuertes y vendrían contra ti. Por eso, quise que ejercitaras tu cuerpo y, gracias a tu perseverancia empujando la roca cada día, desarrollaste una gran fortaleza física y tus enemigos no han podido contra ti”.
“Ahora eres fuerte espiritual y físicamente. Has vencido al diablo y a tus enemigos de la tierra. ¿Crees que fracasaste? Es cierto que no has movido la roca, pero tu misión era sólo ser obediente y empujar para que yo cumpliera en ti mis designios. Y eso lo has conseguido. Ahora, con permiso, Yo moveré la roca”.
Estoy absolutamente convencido de que un día, todas las adversidades y tribulaciones que estamos enfrentando, todas las lágrimas que hemos llorado, rendirán un fruto abundante de fortaleza, fe, dependencia a Dios y confianza. Por eso, es necesario que enfrentemos las adversidades.
El desánimo siempre va de la mano de una mentalidad perdedora. Desde luego, esta es una actitud errónea que trae fracaso y destrucción. El desánimo es aquello que sentimos cuando nos enfrentamos a un problema que parece no tener solución. En realidad la aflicción y la adversidad son opresivas y nos quieren arrastrar para que desistamos.
La mente de muchas de las personas que caen en este tipo de mentalidad se torna anormal. Su mente se llena del complejo de frustración y derrota. Si alguien cae en la frustración por causa del desánimo, ni la sociedad ni el gobierno pueden sanarlo. Solo el arrepentimiento y la obra del Espíritu Santo pueden transformar a un espíritu desanimado.
Para que podamos sobreponernos al desánimo y a la aflicción debemos meditar profundamente en aquel pasaje bíblico que dice: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová” (Salmo 34:19). Esto significa que si bien hay adversidades en la vida, Dios es nuestra ayuda y nuestro socorro. No debemos desanimarnos frente a los problemas, ni actuar como derrotados.
En realidad, Dios permite los problemas para que clamemos a él y profundicemos en su Palabra. Los problemas son la oportunidad de Dios para ver un milagro. Son como esa invitación que el Señor nos hace para volver a su camino y vivir en fe. Si no nos frustramos en medio de las adversidades de la vida, podemos poseer una fe positiva y activa. Podemos librarnos de cualquier desánimo si tan solo nos damos cuenta de que Dios conoce nuestro camino y lo ha preparado todo.
La mayoría se frustran y abandonan la lucha para vivir vidas de conformismo e improductividad. Sin embargo, hay futuro para los que creen en Dios. Visualice la esperanza del mañana que Dios desea revelarle, y ore encomendando toda la adversidad de la realidad. Después, Dios moverá la roca en su vida.
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