En 1 Corintios 15, el apóstol Pablo hizo una tremenda declaración de cómo deben vivir los cristianos y describió con suma precisión la naturaleza que ellos poseen.
En los versículos 47 al 49, él dijo lo siguiente:
“47 El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo.
48 Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales”.
En los versículos anteriores, Pablo describe dos estilos de vida muy diferentes:
El terrenal y el celestial.
Aquí, el primer hombre se refiere a Adán quien dio la espalda a Dios, se endureció y optó por un estilo de vida siguiendo el orgullo y la arrogancia de la vida.
Como resultado, Adán cosechó dolor y amargura, además de una profunda soledad y rechazo.
No obstante, el apóstol Pablo mencionó un segundo estilo de vida, a partir de lo que él llama, un “Segundo Hombre”.
Esto se refiere a Jesucristo, quien al venir al mundo obedeció al Padre y cumplió su voluntad.
Además, el Señor Jesús vivió una vida de humildad y entrega a Dios, que redundó en salvación y vida eterna para todos los que creen en Él.
Enseguida de lo anterior, el apóstol prosigue a declarar que aquellos que pertenecen al primer hombre, es decir al terrenal, no pueden hacer otra cosa sino vivir como terrenales.
Y de manera contratante, enseña que los que pertenecen al segundo hombre, a Cristo, ellos vivirán en conformidad con Él.
El punto central de la enseñanza de Pablo en estos versículos es sobre la naturaleza que cada uno posee.
Al nacer en esta tierra, todos tenemos la naturaleza caída de Adán.
Por eso, nuestra vida se desarrolla en esa misma dirección y no podemos dejar de parecernos a él en nuestros pensamientos, deseos o afectos.
Sin embargo, cuando Dios nos llama y nos hace comprender la verdad del Evangelio, entonces el Espíritu Santo nos regenera y nosotros llegamos a ser nuevas criaturas que ahora tienen una nueva naturaleza.
Si bien todavía estamos en este mundo, nuestro ser interior es renovado totalmente y comenzamos a llevar la naturaleza del hombre celestial.
De este modo, todos los que han creído en Cristo y le han recibido como Salvador personal, tienen una doble nacionalidad.
Tienen un cuerpo terrenal, pero gozan de una naturaleza celestial.
Por esta razón, los hijos de Dios deben aprender a vivir en conformidad con la nueva naturaleza que han recibido.
Debido a esto, el apóstol Pablo prosiguió a decir en el versículo 49 lo siguiente:
“49 Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial”.
Él declara que en un tiempo vivíamos en total acuerdo y consonancia con la imagen del hombre terrenal, siguiendo los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la arrogancia de la vida.
Sin embargo, a partir de nuestro nuevo nacimiento, el cual es una obra soberana de Dios, debemos manifestar nuestro total acuerdo y compromiso con la imagen del hombre celestial.
Esto presupone un nuevo estilo de vida.
Este es el significado del concepto de Ascender del que hemos hablado durante esta semana.
Dios nos invita a vivir la vida celestial.
Esto es posible si en primer lugar cultivamos una mente que tiene su fundamento en lo eterno y verdadero.
En otras palabras, podemos vivir una vida en consonancia con lo celestial si permitimos que la Palabra de Dios renueve nuestro entendimiento.
Le pido que nunca desestime el papel tan importante que juegan los pensamientos en la vida cristiana.
El día de hoy, quiero compartir con ustedes un aspecto más sobre la mentalidad celestial que debemos cultivar.
Para explicarlo, permítame primero relatarle una vivencia que tuve hace tiempo.
Hace aproximadamente unos cuatro años me invitaron a compartir una serie de conferencias en una iglesia de la ciudad de México.
Después de una de las sesiones, un anciano se acercó a mí con lágrimas en los ojos y me preguntó cuántos años tenía.
En aquel entonces tenía 27, y después de decirle mi edad, él inclinó su rostro para llorar aun más.
Mientras lloraba, me contó una historia que marcó mi vida de una manera trascendental.
Me dijo que Dios le había llamado a la edad de 20 años pero que él pensaba que era muy joven para entregarse a Jesús.
Así que dejó pasar aquella oportunidad.
Más tarde, a la edad de 42 años, Dios volvió a llamar a la puerta de su corazón a través de la enfermedad de uno de sus hijos.
Sin embargo, el pretexto en esa ocasión era que tenía mucho trabajo y una empresa que atender, y por eso no podía entregarle su vida a Cristo.
Después, a la edad de 60 años, sufrió un accidente y Dios nuevamente llamó a su vida.
Pero él no respondió porque, ahora que se encontraba en su retiro, quería disfrutar de la vida y viajar por el mundo.
Finalmente, a la edad de 70 años, Dios volvió a llamarle tras la muerte de su esposa.
Y en esta ocasión rindió su vida a Cristo y le recibió como Señor.
Después de decirme estas cosas, me miró y me dijo:
“Ahora, a la edad de 73 años, me doy cuenta de que fui un tonto toda mi vida”.
Este hombre se secaba las lágrimas y sollozaba, y yo también empecé a llorar.
Él continuó diciéndome:
“Si le hubiera rendido mi vida a Cristo desde el principio, mi historia hubiera sido muy diferente”.
“Me lamento tanto. Le entregué mi vida a cosas vanas y vacías, y hoy me arrepiento”.
Me dijo:
“Pastor, hoy, al verlo predicar, me di cuenta de que yo pude ser ese predicador. Pero no valoré el tiempo que Dios me dio y ahora es demasiado tarde para mí”.
Ambos hicimos silencio, y después de despedirse se alejó.
Así, su figura se desvaneció entre la gente y no volví a verlo nunca más.
Francamente, aun hoy, las palabras de ese anciano resuenan en mi corazón y taladran mi mente.
Me doy cuenta de que la vida es muy corta y que cada día cuenta y tiene un valor incalculable delante de Dios.
Mis amados, una de las equivocaciones que más cometemos, y de la cual no nos percatamos, es la de pensar que el tiempo es un recurso ilimitado.
Llegamos a pensar que nuestra vida durará para siempre y que podemos posponer a Dios y su reino, lo cual es lo más importante en la vida.
No nos comprometemos con Él, no damos pasos de fe y obediencia, no vivimos para Él, porque pensamos erróneamente que el tiempo siempre estará a nuestra disposición.
No obstante, esto no es así.
Pensar que el tiempo es inagotable o vivir como si el tiempo no se fuera a terminar, es la razón por la que muchas personas hacen las cosas al azar y malgastan su vida.
También es la razón por la cual muchas personas no hacen un compromiso real con Dios y no le rinden sus vidas.
Dicen: “Mañana lo haré”, “Luego iré a la iglesia”, “Después dejaré esto o aquello, y seguiré a Jesús”.
Cuanto quisiera que pudieran ver el rostro y las lágrimas de aquel hombre que se lamentaba por haber malgastado su vida.
Si tan solo fuéramos bendecidos con el entendimiento al que él pudo llegar, entonces valoraríamos el tiempo que Dios nos ha dado y lo veríamos como el regalo que es.
Mis amados, si nos rehusamos a cambiar nuestra mentalidad en cuanto al tiempo y seguimos llevando una vida en la que posponemos lo más importante, al final, nuestro rostro estará lleno de lágrimas y nos daremos cuenta de la vana manera de vivir que hemos llevado.
Por eso, el salmista oró a Dios y le dijo en el Salmo 90:2:
"Enséñanos de tal modo a contar nuestros días que traigamos al corazón sabiduría”.
En otras palabras, él le estaba diciendo al Señor:
“No dejes que nuestra vida se pase sin haberla entregado a lo más importante”.
“No dejes que malgastemos nuestra vida en cosas vanas”.
Si uno falla en la administración del tiempo, se convertirá en un esclavo del fracaso.
Solo aquel que se comprometa a entregar sus días a Dios y se vuelva un experto en el manejo del tiempo será aquel que también llegue al éxito, a la cima de la bendición.
La verdad es que la inversión de nuestro tiempo determina nuestro futuro.
Lo que usted y yo pensemos acerca del tiempo que Dios nos ha dado, ejercerá una influencia absoluta en nuestro modo de vivir.
Tengo 31 años; estimo que al menos me quedan 50 años de vida fuerte si el Señor me lo permite.
Aunque fueran 60 o 70 años, lo cierto es que esos años se van en un suspiro.
Santiago dijo:
“¿Qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14).
El apóstol Pedro añadió:
“Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae” (1 Pedro 1:24).
Lo cierto es que la vida es un suspiro y por eso debemos aprender a vivir con propósito cada uno de nuestros días.
Todos tenemos 24 horas a nuestra disposición.
Para un ama de casa, para el presidente de una nación, el CEO de una empresa, un empleado común y también para alguien que no tiene empleo, las horas del día no cambian.
No obstante, de acuerdo a cómo las use cada persona, el resultado será totalmente diferente.
Está comprobado que la gente de éxito usa su tiempo en cuestiones que son importantes a largo plazo.
Por ejemplo: leer libros, estudiar otro idioma, hacer ejercicio físico, ocuparse en sus relaciones personales, recrearse, etc.
Como hijos de Dios debemos aprovechar sabiamente el tiempo, pues este es un recurso que no vuelve.
Debemos luchar con todas nuestras fuerzas por el autodesarrollo y siempre vivir con un sentido de superación para la gloria de Dios.
La persona de éxito sabe diferenciar lo importante de aquello que es trivial.
Le quiero invitar a que no posponga más su entrega a Cristo, sino que hoy sea ese día en que se rinde a Dios y le entrega su vida.
Mañana podría ser muy tarde.
Por eso, el día de hoy, haga un compromiso con Dios.
Conviértase en un hombre o en una mujer de decisión y viva en conformidad con la mentalidad celestial.

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