El escritor de la carta a los Hebreos, dejó en claro que las cosas escritas en la ley de Moisés no eran otra cosa sino ejemplos que apuntaban a Cristo y a la vida cristiana.
En pocas palabras, la ley solo contiene sombras, no realidades.
Hebreos 10:1 dice así:
“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan”.
Por esta razón, cuando leemos el Antiguo Testamento, debemos preguntarnos ¿qué nos dice esto acerca de Cristo y cómo puede esto aplicarse a la vida cristiana?
Por otra parte, el apóstol Pablo, cuando exhortaba a los colosenses a no dejarse llevar por la influencia de aquellos que los querían atar a las practicas de la ley, les dijo que tanto la circuncisión como las fiestas judías y sus días festivos, todo ello era solamente:
“Sombra de lo que ha de venir” (Colosenses 2:17).
Nuevamente, el apóstol nos invita a ver el antiguo pacto a través de Cristo y a aplicarlo en un sentido espiritual a la vida cristiana.
En síntesis, los relatos del Antiguo Testamento fueron escritos para beneficio nuestro, pues ellos son un reflejo espiritual de la vivencia del creyente en el Nuevo Testamento.
Se puede decir que toda la ley es un preámbulo para las cosas reales y tangibles del Evangelio.
Digo todo lo anterior porque la enseñanza de esta semana, precisamente se apoya en la experiencia del pueblo de Israel, una vez que entraron en la tierra prometida.
Tal relato encuentra sus raíces en el Antiguo Testamento, en la ley de Moisés.
Por esta razón, al mirar los versículos de hoy bajo esta perspectiva, podremos comprender la enseñanza y aplicarla a nuestras vidas personales.
Como usted recordará, después de la muerte de Moisés, el valiente Josué guió a los israelitas a la conquista de la tierra de Cannán.
Esta era una tierra de abundantes bendiciones, una tierra en donde fluían la leche y la miel.
En pocas palabras, se trataba de una tierra prospera y abundante.
Para nosotros, en la actualidad, esta tierra prometida es el Evangelio y es la vida nueva que hemos recibido de Cristo.
De modo que, aquellos que han nacido de nuevo pueden decir que están en un sentido espiritual, en la tierra prometida por Dios.
Todas las promesas de Dios nos han sido concedidas en Cristo.
Toda la bendición de Dios reposa sobre nosotros que hemos creído en el mensaje del Evangelio.
Con justa razón, Pablo le dijo a los Corintios (2 Co. 1:20-22):
“20 porque todas las promesas de Dios son en él (en Cristo) Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios.
21 Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios,
22 el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones”.
Quien ha creído en Cristo, tiene las promesas de Dios y su gracia en su vida personal.
Puede decir que se encuentra en la tierra prometida.
Al igual que en el tiempo de los israelitas, nuestro Valiente y nuestro Campeón Jesucristo nos ha introducido en “el reposo de Dios”.
Por Él nosotros nos encontramos en la tierra de las promesas y las abundantes bendiciones de Dios.
Además, como usted también recordará, Dios había ordenado a los israelitas que, al entrar en la tierra prometida, debían exterminar a todos los pueblos enemigos.
Dicha instrucción la encontramos en Deuteronomio 20:16-18, en donde Moisés dijo:
“16 Pero de las ciudades de estos pueblos que Jehová tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida,
17 sino que los destruirás completamente: al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Jehová tu Dios te ha mandado;
18 para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios”.
Por mandato de Dios, los israelitas debían avanzar hasta acabar con todos los adversarios, una vez que entrarán en la tierra prometida.
La advertencia estribaba en el hecho de que, si ellos dejaban que algún pueblo prevaleciera, más tarde se levantaría contra ellos y los oprimiría.
Esto era algo muy sencillo, ya que Dios mismo iría con ellos y pelearía sus batallas.
Israel solo tenía que disponerse y avanzar confiando en Dios.
Como el Señor mismo le diría años más tarde a su pueblo, así mismo era para ellos:
“No es vuestra la guerra, sino de Dios” (2 Crónicas 20:15b).
Entonces, ¿qué quiere decir esto dentro del contexto del Evangelio y cuáles son sus implicaciones para nosotros el día de hoy?
Esto significa que, una vez que creemos en Cristo y venimos a la tierra prometida del Evangelio enfrentaremos resistencia por parte de nuestros propios enemigos.
Al igual que Israel, nosotros tenemos que avanzar junto al Señor, derrotando a dichos adversarios y rindiendo voluntariamente cada parte de nuestro ser al Señor.
Aunque los cristianos somos personas que hemos creído en Jesucristo y hemos nacido de nuevo, todavía quedan áreas en nuestras vidas que deben ser expuestas a la luz de la verdad y rendidas a Cristo.
Todavía hay parte de nosotros que deben ser entregadas al Señor.
Podemos llamar “fortalezas espirituales” a estas áreas de nuestra vida que todavía no se han rendido a Cristo.
Ahora, ¿qué es una fortaleza?
Una definición básica de la palabra “fortaleza” es “construcción fortificada, resistente y, en ocasiones, impenetrable”.
Esta palabra se usa en forma positiva y negativa a lo largo de las Escrituras.
Veamos algunos ejemplos bíblicos de la palabra “fortaleza” aplicada en su sentido positivo.
Por ejemplo, el Salmo 27:1 dice:
“Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?”
Aquí, la palabra fortaleza, se refiere a un lugar en el que podemos descansar y estar seguros en Dios.
También, el Salmo 46:1 dice:
“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”.
Nuevamente, el salmista afirma que Dios es fortaleza y ayuda para los que a Él se acercan.
No obstante, en la Biblia, la palabra “fortaleza”, también se usa en un sentido negativo.
En el informe de los 10 espías que regresaron de explorar la tierra de Canaán cuando fueron enviados por Moisés, ellos dijeron:
“Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac” (Números 13:18).
Ellos identificaron fortalezas que les impedían llegar a lo que Dios les había prometido.
Quizá uno de los ejemplos más claros al respecto de las fortalezas espirituales es el que usó Pablo en 2 Corintios 10:4, cuando dijo:
“Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”.
El concepto de “fortalezas” en este pasaje es, desde luego, una alegoría de la conquista de Canaán por parte de los israelitas en el Antiguo Testamento.
Cabe mencionar que estas fortalezas no son fortalezas diabólicas y no nos sugieren una lucha contra el diablo.
En realidad, se refieren a una lucha contra nosotros mismos.
Son fortalezas de pecado y desobediencia que se han levantado en nosotros y se han fortalecido con el paso del tiempo.
Como dije en un principio, las cosas escritas en el Antiguo Testamento sirven de ejemplo para nosotros, en la actualidad.
Si miramos a detalle, notaremos que los israelitas no obedecieron el mandato de Dios de acabar con todos sus enemigos.
Por el contrario, ellos permitieron que algunos lugares quedaran sin conquistar, ya
fuera por comodidad o por temor a ser derrotados.
Jueces 1:21 dice así:
“Mas al jebuseo que habitaba en Jerusalén no lo arrojaron los hijos de Benjamín, y el jebuseo habitó con los hijos de Benjamín en Jerusalén hasta hoy”.
Además, en los versículos 27 al 34 leemos lo siguiente:
“27 Tampoco Manasés arrojó a los de Bet-seán, ni a los de sus aldeas, ni a los de Taanac y sus aldeas, ni a los de Dor y sus aldeas, ni a los habitantes de Ibleam y sus aldeas, ni a los que habitan en Meguido y en sus aldeas; y el cananeo persistía en habitar en aquella tierra.
28 Pero cuando Israel se sintió fuerte hizo al cananeo tributario, mas no lo arrojó.
29 Tampoco Efraín arrojó al cananeo que habitaba en Gezer, sino que habitó el cananeo en medio de ellos en Gezer.
30 Tampoco Zabulón arrojó a los que habitaban en Quitrón, ni a los que habitaban en Naalal, sino que el cananeo habitó en medio de él, y le fue tributario.
31 Tampoco Aser arrojó a los que habitaban en Aco, ni a los que habitaban en Sidón, en Ahlab, en Aczib, en Helba, en Afec y en Rehob.
32 Y moró Aser entre los cananeos que habitaban en la tierra; pues no los arrojó.
33 Tampoco Neftalí arrojó a los que habitaban en Bet-semes, ni a los que habitaban en Bet-anat, sino que moró entre los cananeos que habitaban en la tierra; mas le fueron tributarios los moradores de Bet-semes y los moradores de Bet-anat.
34 Los amorreos acosaron a los hijos de Dan hasta el monte, y no los dejaron descender a los llanos”.
Aquellos lugares de la tierra prometida que no fueron conquistados por Israel permanecieron bajo el poder de las naciones paganas.
Dios les advirtió que, si no derrotaban esas fortalezas enemigas, más tarde sus enemigos se levantarían contra ellos y los oprimirían.
Efectivamente, aquellos pueblos paganos e idolatras cobraron fuerza con el tiempo y oprimieron a Israel de muchas maneras.
En primer lugar, llevaron a Israel a adorar dioses falsos.
Jueces 2:11-13 dice así:
“11 Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales.
12 Dejaron a Jehová el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron; y provocaron a ira a Jehová.
13 Y dejaron a Jehová, y adoraron a Baal y a Astarot”.
En segundo lugar, los enemigos que no exterminaron, se fortalecieron al punto de robarles su territorio.
En el capítulo 6 de Jueces, en los versículos 1 y 2 leemos lo siguiente:
“1 Los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová; y Jehová los entregó en mano de Madián por siete años.
2 Y la mano de Madián prevaleció contra Israel. Y los hijos de Israel, por causa de los madianitas, se hicieron cuevas en los montes, y cavernas, y lugares fortificados”.
No solo eso, sino que en tercer lugar, sus adversarios les arrebataron el alimento y los sumieron en una terrible desesperación.
En los versículos 3 y 4 leemos así:
“3 Pues sucedía que cuando Israel había sembrado, subían los madianitas y amalecitas y los hijos del oriente contra ellos; subían y los atacaban.
4 Y acampando contra ellos destruían los frutos de la tierra, hasta llegar a Gaza; y no dejaban qué comer en Israel, ni ovejas, ni bueyes, ni asnos”.
Mis amados, esto tiene una profunda aplicación en nuestras vidas.
Al igual que los israelitas al llegar a la tierra prometida, si no derribamos aquellas fortalezas espirituales, tales como la amargura, el rencor, la ira, la mentira, el orgullo, los pecados sexuales, la avaricia, la envidia, las practicas ocultistas, etc., y si no expulsamos aquellos enemigos, eventualmente comenzarán a afligirnos.
Aunque hayamos creído en Cristo y le hayamos recibido como Señor y Salvador, puede ser que ciertas áreas de nuestra vida no se hayan rendido a Su señorío.
El diablo, desde luego, aprovecha esto para oprimirnos y privarnos de las bendiciones de Dios y de una vida abundante.
Las fortalezas espirituales no son otra cosa sino pecados y áreas de nuestra vida que aún no hemos rendido al Señor.
Durante esta semana, quiero invitarlos a meditar en el tema “Libertad de las fortalezas espirituales”.
Es mi deseo que podamos experimentar una libertad más abundante y plena, a medida que avanzamos y rendimos nuestras vidas a Cristo.
Él quiere hacernos libres y guiarnos a la victoria en la vida cristiana.
Aprendamos del ejemplo de Israel y evitemos los errores en los que ellos incurrieron.
Al igual que lo fue antaño lo es ahora.
El Señor nos dice: “No es vuestra la guerra, sino de Dios”.

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