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Haz que el Señor se detenga

Foto del escritor: Marlon CoronaMarlon Corona

En nuestra búsqueda de los grandes milagros de Dios, existe un elemento que no debemos pasar por alto.

Si ignoramos esta verdad espiritual no solo caeremos en el desánimo y en la frustración, sino que llegaremos a pensar que los milagros de Dios no existen.


Por eso, en nuestra vida cristiana personal, debemos ejercitarnos y crecer en este principio bíblico.


Se trata de la perseverancia.


Esta es una de las virtudes cristianas más importante y valiosas; una que no debemos olvidar fácilmente.


Si tú quieres experimentar los asombrosos milagros de Dios en tu vida y en tu entorno, entonces tienes que aprender a perseverar hasta el fin sin desanimarte.

¿Cuántas personas en la actualidad comienzan un proyecto, una idea, un plan, o comienzan una vida de oración o tratan de cumplir el llamado de Dios, sin embargo se desaniman, pierden los ánimos y abandonan?


¿Sabes por qué sucede algo como esto?


Se debe a que muchos piensan que la emoción inicial, ese incentivo de comenzar algo nuevo, los llevará hasta el final.


No obstante, no es la emoción o el estado de ánimo lo que nos lleva al final de la carrera en cualquier ámbito de la vida, sino el carácter firme que se distingue por la perseverancia y la insistencia.


Una persona que experimenta los milagros de Dios en su diario vivir, es aquella que se caracteriza por la perseverancia y la insistencia.

Estas virtudes son capaces de atravesar sufrimientos y fracasos, por amargos que sean, y nos ayudan a levantarnos otra vez.


¿Por qué no le pides a Dios que te ayude a ser una persona perseverante e insistente en su voluntad para tu vida y en aquello que Él te ha ordenado hacer?

Si tú le pides esto al Señor, ciertamente, Él no hará caer sobre ti una bomba de perseverancia ni te dará una explosión de insistencia.


Más bien, Él enviará a tu vida circunstancias que te ayuden a desarrollar estas virtudes espirituales y Él mismo estará contigo, ayudándote a forjar ese carácter.


Proverbios 24:16 dice lo siguiente:


“Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; mas los impíos caerán en el mal”.


Este pasaje encierra una tremenda enseñanza para nosotros.


Dice que aunque el justo pueda tropezar y caer siete veces, volverá a levantarse.


Obviamente, el Señor es quien nos levanta y nos ayuda a ser perseverantes en el camino de la vida.

Sin embargo, la palabra “caer”, en este versículo, se refiere al justo (al hijo de Dios) que es atacado por el enemigo y presionado para renunciar.


A veces, cuando nos encaminamos a buscar la ayuda de Dios y comenzamos a esperar un milagro, nuestro adversario el diablo se acerca a nosotros para desanimarnos y hacernos desistir.

Puede que el enemigo trate de derribarnos con desánimos, negativas, frustraciones.


No obstante, los que somos hijos de Dios tenemos la bendición de, aunque hayamos tropezado, volver a levantarnos.


Si te desanimaste porque la respuesta de Dios tarda o si caíste a un lado del camino frustrado por la situación, Dios te invita a levantarte.


Los justos no están condenados a morir en el fracaso o en el desánimo.


No estás obligado a vivir en el lodo de la frustración, por haber tropezado el día de ayer.


¿Por qué mejor no contemplas la gracia de Dios, pones tus ojos en su misericordia y te levantas para seguir avanzando?

Ahora, el numero “siete” que se menciona en el pasaje de Proverbios 24:16 no significa que un justo solo tiene siete oportunidades de desanimarse y caer, y que a partir de ese momento ya no pueda levantarse. No.


El numero 7 en la Biblia representa un ciclo, como un círculo que se repite y se repite, y se repite otra vez.


El pueblo hebreo extrajo el significado del numero siete de los días de la semana.


Ellos consideran que este numero representa un ciclo que nunca termina.


Por eso, el numero siete en la Biblia no siempre significa una cantidad exacta, sino que se refiere a algo que se vuelve a repetir.

¿Qué quiere decir entonces este pasaje cuando menciona “Porque siete veces cae el justo”?


Implica que, aunque tropecemos muchas veces, todavía tenemos la posibilidad de volver a levantarnos.


En otras palabras, se refiere a la perseverancia, a la insistencia y a la paciencia.


Por esta razón, aunque caigamos y tropecemos, nunca debemos dejar de intentar ni debemos desistir.

Uno de los grandes milagros del Señor Jesús tuvo lugar, precisamente, como resultado de la perseverancia y la insistencia de una mujer.


En cierta ocasión, el Señor visitó la región de Tiro y de Sidón, las cuales eran ciudades de gentiles, no de israelitas.


Mientras el Señor caminaba, le salió al encuentro una mujer que clamaba por la ayuda del Maestro.


Sin embargo, a pesar de sus ruegos, el Señor no le respondió ni una sola palabra.


Como la mujer no dejaba de clamar, los discípulos vinieran ante Él y le pidieron que hiciera algo pues si no los seguiría dando voces.


Entonces, el Señor Jesús hizo una tremenda declaración.


Él afirmó que su ministerio, antes de ser para los gentiles, era en primer lugar para los judíos, para las ovejas perdidas de la casa de Israel.

Sin embargo, aquella mujer Cananea, que no pertenecía al pueblo elegido de Dios, no dejaba de clamar y de rogar la ayuda del Señor.


Después de que el Señor señalara que su ministerio era para los israelitas, la mujer no vio más remedio que postrarse ante Él.


Al ver que el Señor no se detenía, ella se interpuso en su camino.


En otras palabras, hizo que el Señor Jesús se detuviera.


El relato se encuentra en Mateo 15:21-28, y dice de la siguiente manera:


21 Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón.

22 Y he aquí una mujer Cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio.

23 Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros.


24 El respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.


25 Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme!


26 Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.


27 Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”.


Cuando uno tiene un gran deseo de recibir una respuesta a su oración de ver un milagro, debe tener una actitud similar a la de esta mujer.

A pesar de recibir negativas de parte del Señor después de clamar tantas veces, eso no impidió que se desanimara y volviera atrás.

El punto clímax fue cuando el Señor dijo:


“No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”.


Esta era una expresión común usada por los judíos para referirse a los que no pertenecían a su nación.


Esta respuesta de Jesús parecía cerrarle todas las puertas de la esperanza, y la habría llevado a la depresión, si no fuera por la actitud de fe perseverante que tenía esta mujer.

Muchos, al escuchar estas palabras salir de los labios del Maestro, se hubieran indignado, se hubieran levantado, hubieran hecho sonar los talones y se hubieran apartado muy enojados.


Muchos le hubieran dicho: ¿quién crees que eres para tratarme de esa forma? ¿Yo no merezco que me traten así?

Sin embargo, un alma humilde, que de verdad ama a Cristo, no se ofende por la verdad.


El Señor no estaba atentando contra su dignidad, sino que estaba recordándole que ella no era parte de la familia de la fe, pues su sangre aún no se había derramado para “derribar la pared intermedia de separación” que se nos menciona en Efesios 2.


Muchas veces, el Señor no nos dará la respuesta que esperamos; en ocasiones parecerá que Él está obrando de manera opuesta a lo que le hemos pedido.


Sin embargo, es ahí cuando debemos humillarnos, rendirnos ante el Señor y perseverar en nuestra búsqueda diligente de su gracia.


Nota que esta mujer se humilló y reconoció su condición. Ella dijo:


“Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (v. 27).


Ella reconoció: “Señor, tienes razón, no lo puedo negar, no soy parte del pueblo elegido de Dios y no tengo derecho al pan de los hijos”.

“Pero de ese pan que tan amorosa y libremente Tú partes y das a tu pueblo, yo te ruego que sanes a mi hija, lo cual es como una migaja de tu compasión y de tu poder”.


“Señor, no tengo problema con comer lo que cae de la mesa de ustedes. Sé que no lo merezco, pues soy pecadora, pero una migaja tiene tanto valor e importancia para mí, por ser migaja de este precioso pan”.

¿Puedes ver la humildad de esta mujer? ¿Sabes qué significa para nosotros el día de hoy?


No debemos ser arrogantes delante del Señor, ni debemos creer que estamos por encima de Él.


Actualmente, debido a las falsas enseñanzas de los falsos maestros, muchas personas piensan que pueden ordenarle al Señor lo que debe hacer.


De ahí que muchas personas digan: “Yo arrebato, yo declaro, yo decreto”. Eso está mal.


Nuestra búsqueda de un milagro debe ser gobernada por un corazón humilde, que espera en Dios lo que es su voluntad.

La perseverancia debe ir acompañada de sencillez de corazón y de humildad, que son los sacrificios que al Señor le agradan.

No te dejes llevar por el engaño del modernismo y de la teología liberal que enseñan que Dios es un siervo que existe para cumplir nuestros caprichos.


Si estas esperando un milagro, primero humíllate delante de Dios, entrégale tu vida y ríndete delante de Él, pues Él es el Señor.

Fíate que la perseverancia de la mujer no estuvo atada a un espíritu arrogante que le exigía al Señor lo que debía hacer.


Más bien, ella se humilló, reconoció su condición y le expresó al Señor su gran deseo de comer al menos “las migajas que caen de su mesa”.

Cuando nos acercamos al Señor buscando un milagro, debemos perseverar hasta el fin; sin embargo, debemos humillarnos ante Él.


¿Te gustaría que el Señor Jesús se detuviera e hiciera un milagro en tu vida?


Todavía hoy, el Señor atiende a los que se postran ante Él, arrojan su orgullo y su egoísmo a un lado, e insisten clamando por su ayuda.


Mira lo que sucedió al final, en el versículo 28:


“Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora”.


Mira con cuánto amor y con cuánta misericordia es levantada esta mujer; cuánta gracia y favor recibió.


Aunque somos pecadores, si llevamos vidas humilladas ante Dios y perseveramos, Él nos elogiará y nos bendecirá.

“¡Qué grande es tu fe!” Le dijo el Señor a la mujer Cananea, pero ¿en dónde estuvo la fe de esta mujer?


En su humildad y en su perseverancia.


Tú también, el día de hoy, humíllate ante Dios e insiste en tus oraciones y en tu vida devocional.

No te desanimes por las aparentes negativas o frustraciones del tiempo presente.


Sigue buscando, persevera, insiste, clama día y noche; entonces, el gran milagro que tanto anhelas sucederá.




 
 
 

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