Un viejo refrán dice que “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.
Esto se dice cuando una persona no quiere reconocer o aceptar su condición sino que quiere persistir en su opinión o en su postura.
¡Cuánta sabiduría hay en este dicho popular!
Una persona, por ejemplo, puede estar enferma, convaleciente, y tener junto a su cama la medicina que puede sanarla, pero si no se la toma, o no quiere ser sanada, ¿qué se puede hacer por ella?
Lo mismo sucede cuando alguien se niega a admitir que tiene un problema y que necesita atención.
Durante su ministerio terrenal, el Señor Jesús enfrentó a los líderes espirituales de su época que se creían conocedores de todo, y peor aún, se consideraban libres de pecado.
El Señor declaró que la ceguera espiritual no es el problema como tal.
El problema es no querer hacer nada al respecto y quedarse sumido en tinieblas.
El problema mayor de nuestros días radica en el hecho de que no estamos dispuestos a aceptar nuestra necesidad de tratar con nuestros pecados, porque en primer lugar no estamos dispuestos a reconocer nuestro problema.
El apóstol Pablo le dijo a los creyentes de la iglesia en Roma, (Romanos 6:12-13):
“12 No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias;
13 ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”.
Pablo reconocía que muchos creyentes, aunque ya habían recibido a Cristo como su salvador, todavía tenían que vivir un proceso de santificación.
El apóstol era consciente de que, si los cristianos no atendían seriamente este aspecto, podrían vivir como esclavos del pecado.
Por esta razón, él se refirió a esto usando las palabras “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal”.
La palabra que más se destaca en este versículo es la palabra “reine”, que hace referencia a un dominio a una fortaleza.
Por otro lado, las “concupiscencias” mencionadas por Pablo se refieren a los deseos y atracciones desmedidos que todos tenemos.
Son las inclinaciones y tendencias propias de cada persona hacia el pecado.
Aunque todos somos pecadores, no todos pecamos de la misma manera.
La concupiscencia de algunos es hacia la mentira, mientras que otros se inclinan hacia la envidia.
Algunos pecan siguiendo el orgullo y otros viven en los placeres de la carne.
La palabra concupiscencia significa ese deseo o inclinación al pecado que cada persona tiene.
Por otro parte, sumando al hecho de que Pablo afirmó que el pecado viene a ser una fortaleza o un dominio, el mismo Señor Jesús declaró:
“De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Juan 8:34).
En otras palabras, el pecado es una cárcel, una fortaleza, una prisión terrible.
De la misma manera como una enfermedad que no se detecta, no puede ser tratada, así también, una fortaleza que no es identificada no puede ser atacada ni derribada.
Entonces, ¿cuáles son las fortalezas que la Palabra de Dios nos señala? ¿Qué fortalezas se han levantado en nuestra vida?
El apóstol Pablo mencionó en varias ocasiones diversos pecados y prácticas que los cristianos deben abandonar y derribar de sus vidas.
Recordemos que, en última instancia, las fortalezas espirituales de las que hemos venido hablando son pecados y áreas de nuestras vidas que no se han rendido al Señor.
El día de hoy quisiera que prosiguiéramos a identificar estos pecados terribles que pueden ser fortalezas de opresión en nuestra vida.
El primer lugar en el que podemos encontrar una descripción clara y amplia al respecto es Gálatas 5:19-21.
Lo invito a disponer su corazón para mirarse en el espejo de la Palabra de Dios y reconocer los pecados y fortalezas de los cuales, primero, debemos arrepentirnos y luego apartarnos.
El pasaje dice así:
“19 Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
20 idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías,
21 envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.
Pablo comienza diciendo que las obras de la carne son evidentes.
Desde luego, con notorias y evidentes para aquellos que han abierto sus ojos espirituales, aquellos que han tenido la experiencia del nuevo nacimiento y, por ende, pueden ver el reino de Dios.
Sin nacer de nuevo, nos es imposible entender las cosas espirituales y, como consecuencia, nos resulta imposible entender el pecado.
El primero de los pecados y obras de la carne, mencionados por el apóstol Pablo es el adulterio.
¿Qué es el adulterio? Es, en primer grado, una relación sentimental íntima con una persona que no sea el esposo o la esposa.
Desde luego, implica una relación sexual extra-matrimonial.
Toda persona que, al estar casada, entra en una relación sexual con alguien que no es su cónyuge, está en pecado de adulterio.
Después, en la lista de Pablo, encontramos a la fornicación.
Esto se refiere a las relaciones sexuales pre-matrimoniales, fuera de un compromiso sagrado delante de Dios.
Esto incluye el concubinato, y cualquier clase de incesto.
Enseguida, encontramos a la inmundicia y a la lascivia.
Ambas son una unidad.
La inmundicia se refiere a las perversiones que violan la pureza y la sencillez de una relación sexual.
La lascivia es una compulsión sexual destructiva.
No es que como hijos de Dios no debamos tener deseos.
Dios nos creó como seres sexuales; de hecho, la sexualidad, es un regalo de Dios para disfrutarse dentro del matrimonio.
Sin embargo, todo aquello que avergüenza, que humilla y que lastima, debe ser echado fuera de nuestra vida.
Pablo prosigue a mencionar ahora la idolatría.
¿Sabe usted cuál es el pecado más indignante y vil mencionado en el Antiguo Testamento? Así es, la idolatría.
Todos los pecados son ofensivos delante de Dios y merecedores del castigo.
Sin embargo, el más indignante es el de cambiar a Dios por imágenes o cosas derivadas.
Podemos resumir la idolatría como el terrible acto de entregar el amor, la confianza y la devoción que solo el Creador merece, y ofrecerlo a la creación.
En Romanos 1:22 y 23 leemos lo siguiente:
“22 Profesando ser sabios, se hicieron necios,
23 y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”.
Dios aborrece toda clase de idolatría y nosotros debemos aborrecerla también.
Una hermana me platicó, un día que estuve en su casa, que le había costado trabajo deshacerse de una imagen que le había regalado su madre antes de morir.
Se trataba de una imagen de la adoración tradicional.
Mientras platicábamos, le expliqué la santa indignación de Dios contra Israel por haber adorado otros dioses y haber hecho imágenes para postrarse ante ellas.
La hermana me dijo: “Pero, pastor, yo no me arrodillo ante esa imagen”.
Entonces, leímos el pasaje de Éxodo 20, que dice:
“4 No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.
5 No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”.
No debemos inclinarnos ante ninguna imagen.
Sin embargo, el mandato de Dios no termina ahí.
Él prosigue diciendo “Ni las honrarás”.
¿Sabe usted qué significa esto? Se refiere a guardar cualquier tipo de respeto o valor por estas cosas.
No debemos pensar que en estas imágenes o estatuas reside algo digno de adoración o respeto.
Son tan solo imágenes y estatuas que ofenden a Dios.
Debemos destruirlas, quemarlas, desecharlas, pues si ofenden tanto al Señor, debieran también ofendernos a nosotros.
El apóstol Pablo prosiguió en Gálatas 5:20, mencionando la hechicería.
Aquí se incluyen todos los pecados que guardan relación con el ocultismo, como la magia, la suerte, el taro, los horóscopos, la lectura de la mano, las energías, los astros.
Podemos incluir la adivinación, el consultar a los muertos, curanderos, médiums y cosas similares.
Mire lo que el Señor dijo al respecto de ello en Deuteronomio 18:10 en adelante:
“10 No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego (rituales de ofrecimientos a alguna deidad o algún santo),
ni quien practique adivinación, ni agorero (quien predice males o desgracias),
ni sortílego (los que hacen amarres o quieren controlar el destino con hechizos), ni hechicero (un resumen de todo lo anterior),
11 ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos.
12 Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti”.
¡Qué terrible es para el Señor la hechicería!
Debemos dejar cualquier cosa que tenga la esencia de estas cosas.
Un día, después de predicar al respecto en la iglesia, un hermano subió a su auto y se percató de algo.
Tenía colgado en el retrovisor un “atrapa-sueños”.
Parecen ser inofensivos, pero estos artefactos pertenecen a la hechicería y a la brujería.
Así que el hermano, pensó en tirarlo a la basura cuando llegara a su casa.
Sin embargo, fue tal la convicción del Espíritu Santo en su vida que, tuvo que detenerse en una gasolinera para tirar el atrapa-sueños después de haberlo destruido con sus manos.
Pablo mencionó además a las “enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones”.
Enemistad es vivir con una actitud de ser enemigo de todos.
Es carecer de una actitud de reconciliación y de paz, sino tener un espíritu altivo que busca siempre la guerra.
Los pleitos aquí mencionados no son solamente discusiones.
Se refiere a la persona que es capaz de llegar a los golpes cuando está airada y muy molesta.
Los celos son inseguridades y envidias acumuladas.
Una persona se vuelve celosa e irritable cuando no confía en el Señor.
La ira se refiere a una actitud de enojo que consume a la persona al punto de llevarla a lastimar y herir a los demás.
La Biblia nos permite enojarnos y airarnos.
Pablo dijo: “Airaos, pero no pequéis”.
Esto significa que me puedo enojar y molestar, ¿hasta qué punto?
Tengo permitido enojarme hasta antes de lastimar o herir a alguien con mi ira.
El límite de nuestra ira es la ofensa contra nuestro prójimo.
En casa, mi esposa y yo tenemos una regla: No hablamos si estamos enojados.
Si estamos molestos, sencillamente nos lo decimos: “Mi amor, sinceramente estoy molesto por esto y por aquello. En este momento no quisiera hablar al respecto”.
Nos damos un poco de tiempo, hablamos de otras cosas, hacemos otras actividades, y una vez que hemos pensado y orado, conversamos al respecto y lo resolvemos.
No debemos dejarnos gobernar por la ira, mis amados.
La contienda es una actitud de pleito; es no dejar que la otra persona tenga la última palabra.
Las disensiones mencionadas por el apóstol se refieren a ser divisivos y sembrar discordia entra hermanos.
Pablo sumó a su lista las herejías.
Este es un pecado muy serio, pues tiene que ver con nuestras creencias y nuestra fe.
Se refiere a las enseñanzas que contradicen la Palabra de Dios, directa o indirectamente.
Debemos tener sumo cuidado de las cosas que creemos, y analizar bien nuestra fe, no sea que estemos cayendo en alguna herejía por ignorancia.
Pablo terminó mencionando “envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas”.
La envidia es el pecado de querer poseer lo que mi vecino tiene.
Surge de no poder contentarme con el éxito de mi compañero sino querer que él no prospere ni sea feliz.
Homicidios son quitar la vida a otro ser humano.
Sin embargo, el apóstol Juan amplió el espectro de esto, cuando dijo:
“Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1 Juan 3:15).
El odio por sí mismo, es considerado como homicidio delante de Dios.
Las borracheras y las orgías son una secuencia importante a considerar.
Se refieren a tener una inclinación por el vino o bebidas embriagantes que derivan en cosas vergonzosas.
En nuestra cultura mexicana el tomar cerveza o alcohol está ligado a la imprudencia y a la indignidad.
Por ejemplo, si usted me encuentra en la calle, mientras caminamos, y usted mira que yo traigo en mi mano una cerveza, ¿qué pensaría de mí?
Debido a que la cerveza está relacionada con una vida imprudente, y debido a que en nuestro país el alcohol está relacionado con problemas familiares, usted se llevaría una terrible decepción.
Sin embargo, si me encuentra en la calle tomando un refresco, usted no tendría ningún problema.
Por esta y otras razones, debemos evitar la cerveza y el alcohol.
No debemos ser ligeros ni descuidar nuestro testimonio.
Debemos ser respetables, honorables y vivir vidas sobrias y serias que reflejen la verdad y autoridad del Evangelio.
Mis amados, mi deseo es que, a través de esta meditación podamos examinar nuestra vida y pensar en qué cosas estamos fallando delante de Dios.
El día de maná, si el Señor nos presta la vida, continuaremos haciendo un examen sobre las fortalezas espirituales.

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