La Biblia es el libro que contiene el mensaje de Dios para la humanidad.
En ella encontramos tanto un mensaje de juicio y advertencia, como un mensaje de reconciliación, salvación y perdón.
En la Biblia, Dios nos dejó sus pensamientos y deseos para que, meditando en ellos, pudiéramos encontrar el verdadero significado de la vida y podamos tener éxito y paz.
Por eso, cuando la leemos debemos evitar el superficialismo y debemos tratar de percibir el corazón de Dios en cada página.
Aquellos que creen en Jesucristo tienen una relación con Dios restaurada, pues sus pecados han sido perdonados y toda maldición ha sido removida de sus vidas.
Tales personas han sido lavadas por el Señor en la obra del nuevo nacimiento y ahora poseen la paz de Dios, la cual reside en sus corazones.
Es de suma importancia que lleguemos a comprender esto, pues solo cuando reconocemos a Jesucristo como Señor y Salvador personal, podemos echar mano de las abundantes promesas de Dios.
El apóstol Pablo describió de una manera poderosa la experiencia del nuevo nacimiento, la cual tiene lugar cuando recibimos a Cristo.
En su carta a Tito, en el capítulo 3, versos 4 en adelante, leemos lo siguiente:
“4 Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres,
5 nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo,
6 el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador,
7 para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”.
Fue la bondad de Dios lo que nos guió a conocer a Cristo y a rendir nuestras vidas ante Él.
Fue su amor sin límites lo que nos encaminó, y lo que actualmente nos sostiene.
Hoy podemos decir que somos salvos, no por nuestras obras, sino por la misericordia de Dios.
Él nos lavó en la regeneración y nos renovó en el poder del Espíritu Santo.
Todo esto con la finalidad de que viniéramos a ser herederos de la esperanza de la vida eterna.
Mis amados, quienes han conocido a Cristo como Salvador y por ende, han conocido a Dios como su Padre, tienen esperanza en sus corazones.
Tal esperanza, aunque está anclada en la eternidad, hace sentir sus efectos en esta vida terrenal.
Desde luego, Dios no quiere que, una vez que hemos experimentado todas estas bendiciones, volvamos a vivir en esclavitud y opresión por causa del pecado.
Él quiere concedernos libertad y victoria cada vez más en nuestra vida.
Uno de los pasajes que confirman esta asombrosa realidad, es el Salmo 91:14, en donde el Señor mismo declara:
“Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre”.
Todo aquel que pone su amor en Dios, tiene la promesa de la libertad espiritual.
Además, puede tener la esperanza de ser puesto en alto. Es decir, de ser levantado y restaurado por el Señor.
Mis amados, no es el deseo de Dios que vivamos en una opresión asfixiante o en una amargura destructiva.
Él nos extiende su mano el día de hoy y nos dice:
“Te libraré, te levantaré, porque ahora conoces mi nombre”.
Yo le pregunto a usted, mi amado, mi hermana, ¿ha conocido el Nombre del Señor, ese gran Nombre en el que reside toda salvación, justicia y esperanza?
¿Conoce usted el Nombre que es sobre todo nombre, en el cual hay restauración y sanidad?
Si hasta este día usted no ha tenido una experiencia con el gran Salvador Jesucristo, yo lo invito a recibirlo el día de hoy.
La Biblia dice en Romanos 10:9:
“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”.
Hoy es el día de tener un encuentro con el Salvador Jesucristo y recibir de Él el regalo de una nueva vida.
Ya que la voluntad de Dios es la libertad y la victoria en la vida cristiana, puede que usted se pregunte “Y, ¿por qué he estado luchando con estas terribles cargas, por qué he estado lidiando con estos pecados horribles?”
La respuesta es que, aunque creemos en Jesucristo, todavía existen áreas de nuestra vida que deben rendirse voluntariamente a Él.
A estar áreas las hemos llamado “Fortalezas espirituales”, basándonos en el ejemplo de Israel en el Antiguo Testamento.
La Biblia nos describe en detalle cuáles pueden ser estas fortalezas espirituales que deben ser derribadas en nuestra vida.
Un ejemplo de ellas lo encontramos en Efesios 4:31, en donde dice:
“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”.
Lo asombroso es que este pasaje de Efesios 4 está dirigido por el apóstol Pablo a explicar la naturaleza de la nueva vida en Cristo.
Es interesante que en ella incluya enfáticamente la advertencia de estos pecados que ensombrecen el carácter cristiano.
El apóstol comienza diciendo la palabra: “Quítense”. Esto significa “desechen, rechacen, no acepten” ninguna clase de estos males.
Es decir, cualquiera de sus manifestaciones debe quitarse de nosotros.
En primer lugar, Pablo menciona la amargura.
Esto se refiere a un corazón resentido que se rehusa a buscar la reconciliación y la sanidad en las relaciones personales.
¿Cuántas personas hoy viven con un corazón amargo, debido a que se rehusan a perdonar y a cubrir la falta de los otros?
En Hebreos 12:15-17, la amargura se encuentra ligada con la actitud de Esaú quien se rehusaba a perdonar a su hermano menor y se distinguió por una actitud endurecida.
El pasaje dice así:
“15 Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados;
16 no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura.
17 Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas”.
La amargura es una infección que contamina el entorno y a los que se encuentran en Él.
Si la permitimos en nuestra vida, no es que vayamos a perder nuestra salvación ya que eso es imposible, sino que dejaremos de experimentar la gracia abundante de Dios en nuestro diario vivir.
La amargura bloquea el paso de la luz de la esperanza y nos mantiene en las tinieblas del dolor y la confusión.
Por esta razón, debemos derribar y desechar la fortaleza espiritual de la amargura.
Junto a ella aparecen el enojo, la ira, la gritería y la maledicencia.
El enojo aquí descrito es uno que controla la mente y el ser.
No es solamente sentirse enojado por una situación, es vivir enojado con la vida y con el mundo.
Después, ese enojo se convierte en ira, y como dijimos el día de ayer, este mal nos hace perder el control y nos empuja a una vida de heridas y sufrimiento.
Debemos echar fuera de nuestra vida la gritería.
Muchas personas, en lugar de comunicarse con sencillez y tranquilidad, solo gritan y ofenden.
Para poder vencer la gritería y removerla de nuestra vida, primero tenemos que arrodillarnos ante Dios y entregarle toda nuestra ansiedad y enojo.
Debemos ser revestidos del poder del Espíritu Santo, quien nos guía al dominio propio.
Después, debemos meditar en el pasaje de Proverbios 15:1 que dice:
“La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor”.
¿Quiere usted un hogar en donde reinen la paz y la armonía? Entonces, tiene que remover las palabras ásperas, las ofensas, las maldiciones y las palabras hirientes.
Debe hablar en un tono tranquilo, y decir: “Querida, yo no considero que sea así” o “Querido, creo que esta otra sería una mejor opción”.
Si solo nos gritamos y nos maldecimos, destruiremos nuestros hogares y nuestras relaciones personales, llevándonos finalmente a la destrucción de nuestras propias vidas.
Quite de su vida la gritería y la maledicencia, y deshágase de toda clase de malicia.
Es decir, rinda su corazón a Cristo y pídale que remueva las malas intenciones.
Al Señor no le agrada un corazón malicioso, que piensa en hacer mal y salirse con la suya.
Más bien, le agrada el corazón bondadoso, compasivo, misericordioso que piensa en el bien de su prójimo.
Piense en cómo puede ser de bendición para otros y lleve a cabo esos pensamientos y planes.
Entonces, usted comenzará a sentirse entusiasmado por vivir y la vida le parecerá un bello regalo.
Mire lo que dijo Pablo a continuación:
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.
¡Ah! Este es un oasis; qué vida tan agradable; qué bien nos hace llevar vidas de benignidad, de misericordia, de perdón y reconciliación.
Nuestro Dios no quiere que seamos presas de estos terribles pecados y que vivamos oprimidos por ellos.
Él quiere darnos libertad de las fortalezas espirituales y que llevemos vidas que le glorifiquen.
Por otra parte, Pablo añadió a la lista de las fortalezas espirituales lo dicho en 1 Corintios 6:91-0, donde está escrito:
“9 ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios (es decir, no entrarán en la vida eterna)? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones,
10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”.
El día de ayer reflexionamos en el tema de la fornicación, el adulterio y la idolatría.
Sin embargo, la Palabra también señala a los afeminados.
Estos son loa que niegan la hombría y se niegan a realizar las prácticas habituales propias de la masculinidad.
Este es un terrible pecado en el que muchos se encuentran confundidos.
No solo eso, sino que Pablo mencionó a los que se “echan con varones”.
Esto significa el homosexualismo en todas sus formas.
Este es también un pecado que debemos echar fuera de nuestras vidas y no consentir en lo absoluto en nuestro corazón.
Lo cierto es que el mundo avanza a una velocidad impresionante en la dirección de la “ideología de genero”.
No obstante, no debemos dejarnos engañar; Dios solo creó a un hombre y a una mujer.
El apóstol Pablo incluyó a los ladrones, a los avaros y a los estafadores en su lista de pecados que no deben venir con nosotros a la nueva vida.
El hermano Müller decía que “Nunca tendremos que robar si creemos que Dios es nuestro eterno Proveedor”.
La avaricia es un deseo perverso de tener más de lo que se puede poseer.
Es, además, tener la creencia inconsciente de que las cosas de este mundo podrán saciar nuestro sediento corazón.
Esto es algo que solo el Señor puede hacer; solo Él puede saciarnos eternamente.
Los estafadores son los tramposos y engañadores que inventan formas de sacar ventaja y aprovecharse de los demás.
Mis amados, la Palabra de Dios es el espejo en que debemos mirarnos diariamente.
En sus páginas encontramos los pecados que deben ser removidos de nuestra vida.
Sin embargo, también encontramos la manera en la que debemos tratarlos.
Lo invito el día de mañana para que juntos descubramos cómo ser libres de las fortalezas espirituales.
El mismo Señor nos acompañará y nos guiará a la victoria sobre estos terribles males.

Amén 🙏🏻