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Jesús ascendió a los cielos

Foto del escritor: Marlon CoronaMarlon Corona

A principios del 2014, Dios me dio la bendición de comenzar a pastorear lo que ahora es la iglesia Ascender.


Han pasado varios años desde entonces y hemos tenido muchas experiencias caminando con el Señor.


Para mí, la historia De la Iglesia Ascender es una historia de esperanza, pues Dios obró milagros asombrosos que, de no ser por su intervención, nunca hubieran podido ocurrir.


Una de las primeras cosas que comprendí al ser pastor y que ha prevalecido hasta el día de hoy, es que creer en Jesucristo es dar inicio a una nueva vida.

Es tener la certeza de que milagros están preparados por la mano de Dios y que mejores tiempos nos aguardan.


Es decir, la persona que recibe a Cristo como Señor y Salvador, y rinde su ser ante Él, en realidad ha comenzado a escribir una nueva historia.


No importa lo que haya sucedido en el pasado, ni lo terrible o amarga que su vida haya sido, quien cree en Cristo, ha pasado de muerte a vida, de maldición a bendición, de tinieblas a luz, y ha comenzado una nueva vida.

Por esta razón, una persona que tiene fe en la obra redentora de Cristo, tiene que pensar, hablar, creer y soñar como una persona salva.


Esto fue lo que comprendí desde el principio de mi ministerio, y esta es una verdad que he tratado de comunicar con todas mis fuerzas en cada mensaje.

De hecho, esta es la razón por la que nuestra iglesia lleva el nombre de “Ascender”, porque creemos que, al ser salvos por la fe, Dios nos hace pasar de la miseria a la gloria.

Mis amados, creer en Jesucristo no es suscribirse a una nueva religión o adquirir una nueva filosofía, y va más allá de una mera declaración superficial.

En realidad, creer en Jesús tiene alcances mayores a todo lo anterior.


El apóstol Pablo lo describió de la siguiente manera en 1 Corintios 15:47-49, cuando dijo:


47 El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo.

48 Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales.


49 Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial”.


Lo anterior es la esencia y el punto central del Evangelio que tanto amamos.

Pasar del primer hombre, Adán, caracterizado por el pecado, la rebeldía y la maldición, al segundo hombre, a Cristo, que se caracteriza por el perdón de pecados, la restauración, la bendición y la presencia del Espíritu Santo.


Mis amados, cuando ustedes creyeron en Jesús, no creyeron en una religión.


Ustedes se acercaron a la fuente eterna de salvación, poder, sanidad y vida, se allegaron a la fuente eterna de toda bendición y provisión.


A partir de ahora, tienen todos los recursos celestiales y cuentan con todo el favor de Dios para sus vidas personales.


Por eso, ustedes no son cualquier persona.


Comprender esto es la esencia misma del Evangelio.

Debemos creer que el padeció por nosotros, fue a la cruz cargando nuestros pecados y murió allí como ofrenda por nuestras rebeliones.


Debemos aceptar que Él descendió a la tumba, estuvo tres días en el sepulcro; pero así mismo, resucitó, se puso de pie nuevamente, y salió de vencedor de aquella tumba.

La palabra “resurrección” en el idioma griego es “anastasis” y significa “estar de pie otra vez” o “levantarse nuevamente”.


Jesucristo no permaneció en la tumba, sino que salió vencedor.


Se puso de pie confirmando que tiene poder sobre la muerte y sobre el pecado, y declarando que es el único que puede ofrecernos salvación y vida eterna.


Sin embargo, existe un evento más que se encuentra contenido en la obra de salvación que Cristo realizó.

Se trata de la ascensión.


El Señor no solo padeció, fue crucificado, murió, fue sepultado y resucitó, sino que también ascendió a los cielos y vive para siempre.

La ascensión de Cristo a los cielos encierra un tremendo significado para nosotros que nunca debemos olvidar ni menospreciar.


En Marcos 16:19 al 20 podemos leer lo siguiente:


19 Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios.


20 Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían. Amén”.


Esta es la culminación de la obra salvífica de Jesucristo, es decir, el momento en el que es culminada la obra de salvación.

No solo la crucifixión, el derramamiento de sangre, la sepultura y la resurrección, sino también la ascensión es parte de la obra redentora de Cristo.


Existen tres bendiciones para nosotros contenidas en el evento de la ascensión del Señor.


En primer lugar, cuando el Señor iba a encontrarse con los discípulos, le dio una orden a María Magdalena.


En Juan 20:17 podemos leer lo siguiente:


“Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.

El Señor le indica a María que entregue un mensaje a sus hermanos, ¿cuál es?


Que Él asciende a los cielos, al Padre celestial.


Pero no solo eso, sino que nos incluye en la bendición paternal de Dios.


Él dice ahora:


“A mi Padre, que es también vuestro Padre, y a mi Dios, el cual es ahora vuestro Dios también”.

En otras palabras, en el evento de la ascensión, Jesucristo nos estaba llevando consigo a Dios.

Nos estaba reconciliando con Él para que pudiéramos conocerle de manera personal como Padre y como Dios.


Está escrito en el Salmo 23:1 lo siguiente:


“Jehová es mi pastor; nada me faltará”.


El salmista declara que Dios es su propio Pastor; que Dios mismo lo está cuidando, alimentando y protegiendo, tal como hace un pastor con sus ovejas.


Para que nosotros podamos tener una experiencia similar y podamos declarar que Dios es nuestro Padre y nuestro Pastor, primero debemos depositar toda esperanza en Jesucristo, quien abrió el camino a la presencia de Dios.


Sin Jesucristo no podemos acercarnos a Dios, pues solo Él es el camino, la verdad y la vida.


Hebreos 4:14 dice lo siguiente:


“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión”.


En el Antiguo Testamento, el sacerdote era la persona que se presentaba delante de Dios en nombre de todo el pueblo.


En otras palabras, era el representante ante Dios en nombre del pueblo.


Tal persona se paraba ante Dios, con su rostro hacia el cielo, dando la espalda a los hombres.


El escritor inspirado de la carta a los Hebreos declara que Jesucristo es el Sumo Sacerdote que traspasó los cielos.

Él se presentó ante Dios en nombre de todos nosotros y por su sangre nos acercó a Dios justificado y limpios de todo pecado.

Cuando Él ascendió a los cielos nos llevó consigo a la presencia de Dios, quien ahora es nuestro Padre y nuestro Pastor.


En segundo lugar, cuando el Señor ascendió a los cielos no estaba abandonándonos o dejándonos en esta tierra desprovistos.

Aunque en su cuerpo se apartó y fue recibido arriba, nos envió su Espíritu para consolarnos, animarnos y guiarnos.

En Juan 16:7-8 leemos lo siguiente:

7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.


8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”.


Es obvio que aquí el señor está refiriéndose al momento de su ascensión, cuando fuera al Padre después desabre expiado nuestros pecados.


Al irse de esta tierra, Él no nos abandonó ni nos olvidó, sino que nos envió al Espíritu Santo para que estuviera con nosotros.

Por esta razón, los que creen en Jesucristo, reciben la maravillosa presencia del Espíritu Santo que transforma la realidad.

Por medio del Espíritu de Dios somos consolados y fortalecidos para enfrentar las adversidades que esta vida nos presenta.


En realidad, la clave para resolver los problemas de la vida es el Espíritu Santo.


Si dependemos de Él a cada paso de nuestra vida, seremos revestidos de sabiduría, fortaleza y ánimo renovado, y a su vez, seremos guiados a la victoria.

Sin tener compañerismo con el Espíritu Santo y sin reconocerlo, no podemos ser más que higueras estériles que no dan fruto.


Eso es algo que no le agrada al Señor.


No obstante, si dedicamos nuestras vidas a servir, reconocer y obedecer al Espíritu Santo, podremos dar un fruto abundante que glorifique a Dios.

Antes, yo trataba de hacer las cosas a mi manera, creyendo que de ese modo tendría éxito en la vida y en el ministerio.


Yo había planes todo el tiempo y me afanaba al punto de desgastarme, y cuando ya me estaba quedando sin fuerzas, me acercaba al Señor y le decía:

“Padre, por favor, bendice este proyecto, bendice este plan que he trazado”.


Entonces, con el tiempo, mis planes se venían abajo y mis proyectos se marchitaban hasta morir.


Un día me arrodillé ante el Señor y le pregunté por qué no me ayudaba y por qué siempre me encontraba fracasando, a pesar de hacer mis mejores esfuerzos.

Entonces, leyendo Romanos 8:14 comprendí una gran verdad. El pasaje dice así:


“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”.


Comprendí que por mucho tiempo, yo había estado yendo adelante del Espíritu Santo, queriendo hacer su trabajo.

Pero ese es un terrible error.

El Señor me indicó con toda claridad que si yo continuaba actuando de ese modo, Él seguiría destruyendo y frustrando mis planes.


A partir de ese momento, di un paso hacia atrás.


Le dije al Señor:


“Perdóname, he estado equivocado todo este tiempo queriendo que Tú me sigas a mí, ¡Qué equivocado estaba! Señor, ahora comprendo que yo debo seguirte a ti”.

Entonces, comencé a esperar delante del Señor, a meditar profundamente en su Palabra y a esperar su impulso en mi vida.


Eventualmente, comencé a sentir que el Señor me indicaba el camino a seguir, y cuando le obedecía, milagros sucedían y Dios prosperaba mi labor.


Mis amados, Jesucristo ascendió a los cielos para que el Espíritu Santo viniera y nos guiara a lo que es la voluntad del Padre.


Si ustedes le siguen y le sirven con pasión, reconociéndole cada día, tendrán éxito y serán prosperados en todo, gozarán de buena salud, así como prosperan en su alma.

El Espíritu Santo es la clave de la vida.

En tercer lugar, el Señor Jesús ascendió a los cielos, se sentó a la derecha del Padre e intercede por nosotros.


Hebreos 7:25 dice lo siguiente en relación a Jesucristo:


“Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.

En los cielos, allá en la gloria, hay alguien que está orando e intercediendo por nosotros.


Se trata de Jesucristo, quien ascendió a los cielos.


Vamos a decir que Jesucristo está ahora mismo en la habitación de al lado, y que Él está orando por usted en este mismo momento.


Nadie ora como Jesucristo, nadie es escuchado perfecta y completamente como Él.


¿Cómo se sentiría usted al escucharlo orar por la situación que usted está viviendo? ¿No se sentiría en paz, confiado, acogido, fortalecido y seguro?


Pues, ¿sabe qué? La distancia no hace ninguna diferencia.


Él está orando por usted ahora mismo delante de Dios y su caso está siendo presentado ante el Padre por el mismo Jesucristo.

¿Por qué no descansa en Él en este día?


Él ascendió a los cielos para orar y rogar por nosotros.


Mis amados, la ascensión de Jesucristo encierra tremendas bendiciones para nosotros el día de hoy.


Al ser recibido arriba, Él nos estaba llevando consigo a Dios, al habernos limpiado y purificado con su sangre.

Ascendió a los cielos para que la maravillosa presencia del Espíritu Santo viniera a nosotros.


Y vive para interceder por nosotros, de manera que nunca estamos solos ni desprovistos.


Reciba hoy la bendición de la ascensión de Cristo.

Dé gloria solamente a su Nombre y viva siempre con gratitud delante de Él.


Después, marche hacia adelante con todos estos beneficios y viva una vida ascendente.


Dios le concederá bendiciones abundantes y un milagro ocurrirá.





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