Alguien dijo en cierta ocasión que “conocimiento es poder”.
Este dicho se refiere a que la persona que más conoce y entiende, es aquella que se fortalece y crece.
Lo anterior es particularmente cierto en relación a la vida cristiana.
El conocimiento en la vida del creyente es lo que hace la diferencia entre la vida y la muerte y entre la felicidad y la infelicidad.
A la luz de lo anterior, no es de extrañar que el mismo Señor Jesús dijera que la vida eterna consiste en el conocimiento de Dios y de su Hijo.
En Juan 17:3, está escrito lo siguiente:
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado”.
Es decir, el conocimiento del Dios verdadero y de su Hijo Cristo, es el fundamento y la base de la vida eterna.
Por esta razón, debemos dedicar gran parte de nuestro tiempo a conocer a Dios y a descubrir la identidad de Jesucristo.
Cuando un cristiano ignora o no comprende claramente la identidad del Señor, sino que divaga y tiene una comprensión distorsionada de Él, tal persona se sentirá como un naufrago en alta mar.
Será llevado por cualquier corriente de sentimentalismos e ideologías, que arrastrarán su vida a la confusión y al dolor.
De ahí que conocer la identidad de Jesucristo sea algo tan determinante en la vida de cada creyente.
El mismo profeta Oseas dijo de parte del Señor (Oseas 6:3):
“Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra”.
Dios, aunque es trascendente e infinito, se ha dado a conocer al hombre.
Es cierto que nunca podremos conocer a Dios en plenitud ni entender sus caminos completamente.
Sin embargo, esto no significa que no podamos conocerle, pues Él mismo se ha revelado.
Así como cada mañana el cielo comienza a clarear hasta que en el horizonte pueden vislumbrarse los primeros rayos del sol, así sucede en la vida del creyente.
El conocimiento de Dios es progresivo y va en aumento en nuestra vida.
Todos comenzamos en la oscuridad de la confusión y la incomprensión, sin embargo, por su gracia y misericordia, Dios nos permite conocerle más y más hasta que el sol de esperanza brilla con intensidad en nuestra vida.
Es más, la puerta de la verdadera felicidad permanece cerrada hasta que comenzamos a conocer la identidad de Jesucristo.
Conocerle es lo que desliza el cerrojo y abre la puerta a la felicidad y a mejores tiempos.
Esto podemos verlo en la vida de la mujer samaritana que se encontró con el Señor Jesús cuando iba a sacar agua al pozo de Jacob, en Sicar.
Aquella mujer vivía deprimida y amargada, con un terrible complejo de rechazo y abandono por su condición.
Se sentía tan menospreciada y marginada que no se acercaba a sacar agua del pozo junto a otras mujeres, quienes lo hacían en la madrugada.
Más bien, ella esperaba hasta la tarde, cuando ya no había nadie, para ir a sacar su propia agua.
Aquel día, el Señor Jesús estaba sentado junto al pozo y entabló una conversación con ella, a pesar de ser samaritana.
En Juan 4:14, el Señor le ofreció el agua que sacia eternamente. El pasaje dice de esta forma:
“14 mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”.
Más tarde, el Señor le mostró su condición necesitada y dolida, sin que ella le mencionara cosa alguna al respecto. Él le dijo (Juan 4:17-18):
“17 Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido;
18 porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad”.
Aunque era algo que ella deseaba mantener en secreto, no pudo ocultarlo ante la mirada penetrante y ardiente del Señor.
Por eso, esta mujer confesó:
“Señor, me parece que tú eres profeta” (v. 19).
Aunque era una mujer amargada y sola, que había fracasado cinco veces en su búsqueda del amor y la aceptación, ahora veía una rayo de esperanza en alguien que ella decía era un profeta.
Su vida fue transformada y su gozo completo cuando el Señor se reveló a ella como el Mesías, el Cristo.
En los versículos 25 y 26 leemos lo siguiente:
“25 Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.
26 Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo”.
Después de esta experiencia en la que Jesucristo fue revelado a su vida de manera personal y progresiva, su vida fue totalmente transformada.
Aquella amargura y dolor que se habían instalado en su corazón, se disiparon como la niebla cuando conoció al Salvador.
Por esta razón, entró en la ciudad con gozo, testificando a otros sobre su encuentro con el Mesías.
Algo similar sucede en nuestra vida.
Cuando recibimos a Cristo y comenzamos nuestra jornada para conocerle y descubrirle, es entonces que comenzamos a ser sanados, restaurados y transformados, y Dios nos levanta de nuestra amarga condición.
Lo único que puede privarnos de una vida plena y feliz es que nos crucemos de brazos, cerremos nuestro corazón y nos rehusemos a conocer a Jesucristo.
Sin embargo, todos somos invitados a conocerle y a recibirle.
Es de esto del o que quiero conversar con ustedes durante esta semana.
Sin duda, llegar a conocer la identidad de Jesucristo es lo que hace la diferencia en la vida.
Acompáñeme durante los días siguientes para que juntos descubramos la identidad del Señor y nos gocemos por la obra que Él realiza en nuestras vidas.
El primer aspecto de su identidad que quiero que meditemos es precisamente el mencionado por la mujer samaritana, cuando dijo:
“Señor, me parece que tú eres profeta”.
En el Antiguo Testamento, la persona encargada de comunicar el mensaje de Dios era el profeta.
Esta persona tenía una tremenda responsabilidad de hablar solamente el mensaje que Dios le había ordenado, pues solo este mensaje tenía poder para transformar y sanar la vida.
El profeta era principalmente un vocero, un agente de revelación por medio del cual Dios, en lugar de hablar directamente desde el cielo a su pueblo, ponía sus palabras en boca del profeta.
Este hombre, llamado y escogido por Dios, portador de su mensaje, se paraba frente a la gente, teniendo a Dios detrás de él (en sentido figurado).
Esta asombrosa postura, este asombroso llamado, indicaba que el profeta hablaba de parte de Dios a los hombres.
Por esta razón, los mensajes de los profetas a menudo comenzaban con la frase:
“Así dice el Señor…”
En pocas palabras, Dios daba su Palabra y comunicaba su mensaje por medio de los profetas.
En su encarnación, al venir al mundo en forma de hombre, Jesucristo cumplió la función de profeta del Dios Altísimo.
Él trajo la Palabra de Dios que sana, libera y restaura la vida.
Ahora, en el Nuevo Testamento, observamos que Cristo es el profeta por excelencia.
Es decir que parte de su identidad es la de comunicarnos el mensaje de Dios; Él es el Profeta fiel de Dios.
Él ocupó esta posición que en el Antiguo Testamento muchos hombres asumieron.
Sin embargo, a diferencia de todos ellos, Jesucristo no solamente era un profeta, un hombre que traía el mensaje de Dios, sino que Él mismo es el mensaje de Dios.
El autor inspirado de la carta a los Hebreos escribe lo siguiente (Hebreos 1:1-2):
“1 Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas,
2 en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo”.
A la luz de lo anterior, Jesús no solamente es el que comunica la profecía, sino que Él mismo es el objeto principal de la misma.
No solamente habla la Palabra de Dios, sino que Él mismo es la Palabra.
Juan 1:1 declara lo siguiente:
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”.
Por esta razón, debemos tomarnos muy a pecho las palabras de Jesucristo y hacerlas parte de nuestro diario vivir.
Ya que Él habla de parte de Dios y nos ha entregado fielmente su mensaje, debemos tomar cada palabra suya como una norma para nuestra fe y nuestra manera de vivir.
Entonces, ¿cuál fue el mensaje que Jesucristo nos habló?
En primer lugar, el Señor Jesús nos trajo el mensaje del arrepentimiento y la fe.
En Marcos 1:14-15 está escrito lo siguiente:
“14 Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios,
15 diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”.
El mensaje de Dios para el hombre es un mensaje de arrepentimiento y fe.
En aquella época, la gente vivía de una manera egoísta, arrogante y perversa, siguiendo sus propios pensamientos.
Ellos habían hecho de Dios un mero formalismo y habían caído en una liturgia fría y sin sentido.
Lo cierto es que, la realidad de aquella época no dista mucho de la nuestra.
Hoy en día, también encontramos que los hombres viven ensimismados, siguiendo sus propios deleites y viviendo a su manera.
Dios todavía nos llama por medio de Cristo y nos dice:
“Arrepentíos, y creed en el evangelio”.
Debemos cambiar nuestra manera de pensar y nuestro modo de concebir la vida.
Debemos abandonar el orgullo, la autosuficiencia y el egoísmo, y volvernos a Dios con corazones sinceros.
Cada uno de nosotros, si escuchamos las palabras fieles del Profeta de Dios, Jesucristo, debemos humillarnos ante Él y entregarle nuestra vida.
Después, debemos creer completamente en el Evangelio y depositar nuestra confianza solamente en Jesucristo.
En segundo lugar, el Señor Jesús nos trajo de parte de Dios un mensaje que sana la vida y brinda alivio y descanso.
Él dijo en Mateo 11:28:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”.
Este es el llamado de Dios para nosotros, que nos volvamos al Señor en quien hallaremos descanso y paz para nuestra alma.
“Venid a mí” implica que nos acerquemos y abandonemos nuestra lejanía de Dios.
Él llama a los trabajados, que significa aquellos que están agobiados por las cargas de la vida cotidiana, y llama también a los cargados, lo cual implica una carga emocional y mental por los afanes del día a día.
Este es el mensaje del Profeta de Dios, que si venimos a Él y nos rendimos, Él mismo nos hará descansar y aliviará nuestra carga.
Por otra parte, el Señor Jesús nos trajo un mensaje de esperanza y consuelo, cuando dijo en Mateo 28:20:
“He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Esto significa que Él está con nosotros, nos acompaña en los caminos de esta vida y nunca nos abandona.
En Jesucristo encontramos a Aquel compañero fiel, que jamás se aparta de nosotros ni nos desampara.
Ciertamente, todas sus palabras son palabras vivas y espirituales que cambian nuestra realidad.
Si aceptamos la Palabra de Jesucristo, quien es el Profeta fiel de Dios, podremos hacerle frente a la vida y experimentaremos abundantes bendiciones.
En su ocupación como Profeta, Él dijo en Juan 6:63:
“El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.
Reciba las Palabras de Jesucristo en su corazón y su vida será transformada; recuerde que Él es el Profeta fiel del Nuevo Testamento.

Dios le bendiga pastor Marlon y su familia 🙏🏻
Gracias Señor Jesús por tu palabra qué es verdad y es vida a todo aquel que cree en ti, en el único Dios verdadero 🙏🏻