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Jesús resucitó de entre los muertos

Una mañana, cuando todavía no salía el sol, dos mujeres salieron apresuradamente al mercado de la ciudad para comprar especias aromáticas.


Aunque en aquel entonces las especias tenían diversos usos, ellas querían tales artículos para un propósito especial.


Eligieron con cuidado las mejores especias y se dieron prisa para seguir su camino.


Después de salir del mercado, se dirigieron al sepulcro.


Ambas tenían rostros tristes y cansados, pues las noches anteriores no habían sido noches sencillas ni placenteras.


Se trataba de María Magdalena y María la madre de Jacobo, quienes habían seguido al Señor Jesús por espacio de 3 años.


Más tarde se les unió una tercera mujer llamada Salomé, quien había servido y acompañado a los discípulos del Señor Jesús.


Juntas, las tres, se dirigieron al sepulcro, pues tenían como propósito ungir el cuerpo del Señor Jesús y prepararlo para un funeral digno de un maestro judío.


Esta era una practica habitual de aquella época.

Tras la muerte de una persona, se le ungía y se le rodeaba con telas largas; se trataba de la última despedida antes del entierro.

Aunque estas mujeres caminaban a prisa, no tenían a nadie que removiera la piedra ni les abriera paso para entrar en el sepulcro.


Sin embargo, al llegar se llevaron una gran sorpresa.


La gran piedra que cubría la entrada, la cual era muy grande y pesada, y solo podía ser quitada en compañía de varios hombres, había sido removida.


Con temor y asombro, las tres mujeres entraron lentamente en el sepulcro.


Para su sorpresa, había un joven sentado en el lado derecho de la tumba, el cual llevaba vestiduras blancas y resplandecientes como los rayos del sol.


Se trataba de un ángel del Señor.


Por esta razón se llenaron de temor y comenzaron a temblar de miedo.


Sin embargo, el ángel de Dios les dijo que no había razón para temer, pues Él tenía buenas noticias de parte del Cielo.

Él les dijo (Marcos 16:6):


“No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron”.


¡Qué gran alegría han de haber sentido aquellas mujeres después de escuchar estas palabras!


El Señor Jesús, quien había muerto al derramar su sangre, se había levantado de entre los muertos y se estaba preparando para su encuentro con los discípulos.

El relato de todo lo anterior se encuentra más específicamente en Mateo 28:1 al 8, y dice de la siguiente manera:

1 Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro.


2 Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella.

3 Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve.


4 Y de miedo de él, los guardas temblaron y se quedaron como muertos.


5 Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado.


6 No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor.

7 E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho”.


Todavía llenas de asombro y casi sin poder creer lo que había sucedido, salieron corriendo para dar las buenas noticias a los discípulos.


Entonces, ocurrió esto en los versículos siguientes:


8 Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos,


9 he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron.

10 Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán”.


El punto central del relato anterior es la resurrección de Jesucristo.


Como podemos ver, Él no permaneció en la tumba, sino que se levantó de entre los muertos al tercer día, tal y como lo había asegurado anteriormente.


Ahora, ¿por qué es tan importante la resurrección de Jesucristo en la Biblia? Es más, ¿por qué la resurrección es la base del cristianismo?

Esto se debe a que el punto de partida de la fe cristiana es la resurrección del Señor Jesús.


Si Jesucristo no hubiera resucitado, la fe cristiana sería completamente invalida.


La resurrección del Señor confirma que verdaderamente Él es el Hijo de Dios y que tiene poder para salvarnos y librarnos de nuestros pecados.

Hay un dicho popular que cita lo siguiente:


“Todo en esta vida tiene solución, excepto la muerte”.


Este dicho se usa para animar a las personas que pasan por un problema o una adversidad amarga, y ayudarles a comprender que mientras hay vida, hay esperanza.


Sin embargo, en este dicho también afirmamos que la muerte es algo que no puede ser resuelto.


En pocas palabras, nadie tiene poder sobre la muerte y nadie la puede evadir.


Al final, la muerte es el enemigo supremo.


Es importante notar que la muerte vino como una consecuencia del pecado.


Romanos 5:12 dice de la siguiente manera:


“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.

En otras palabras, la muerte es la sentencia última del pecado.


Bajo esta premisa, se da por entendido de que, aquel que pueda evadir la muerte y doblegarla, en consecuencia tiene el poder para vencer el pecado y deshacer sus efectos.

Aunque en la Biblia encontramos relatos de personas que volvieron del otro lado de la tumba, como aquel niño que fue resucitado por el profeta Eliseo o como Lazaro el amigo del Señor Jesús, todos ellos, eventualmente volvieron a morir.

De modo que no ha habido nadie que pudiera vencer completamente a la muerte y vivir eternamente, hasta el día en que Jesucristo resucitó.

Al levantarse de la tumba, Él estaba confirmando ser el Hijo de Dios y estaba anunciando a todo el universo su poder sobre el pecado y su autoridad sobre la muerte.

Por esta razón, el evento universal de la resurrección de Jesucristo es el punto de partida para la fe cristiana.


Si Jesucristo no se hubiera levantado de entre los muertos, no habría pasado de ser un líder religioso, un idealista o un mero profeta.


Los milagros de sanidad obrados por su mano, pudieran tomarse como magia o brujería.

Su muerte no hubiera pasado de ser una tragedia.

Sin embargo, debido a que resucitó y venció a la muerte, sus enseñanzas son las Palabras del Dios vivo.


Sus milagros, son una extensión de la mano misericordiosa de Dios y su muerte, es la ofrenda perfecta por el pecado, para salvar a la humanidad.


La resurrección de Jesucristo confirma que Él es el camino, la verdad y la vida, y que nadie puede venir al Padre si no es por medio de Él.

Como cristianos, debemos comprender que la resurrección del Señor tiene alcances presentes y alcances eternos.


En primer lugar, debemos considerar la resurrección como el poder para vivir una vida cristiana victoriosa.


Al resucitar, el Señor Jesús nos estaba dando la absoluta certeza de nuestra redención.


Históricamente, ni Buda, ni Confucio, ni Mahoma o Carlos Marx fueron capaces de librarse de la muerte.

Esto significa que ninguno de ellos tuvo la capacidad de resolver el problema del pecado de la raza humana, sin mencionar sus propios pecados.


Sin embargo, Jesús triunfó sobre la muerte al resucitar al tercer día.


Este es un hecho notable e inigualable, que prueba que Él pagó el precio por el pecado de toda la humanidad.


Romanos 4:25, hablando acerca del Señor Jesús, dice de lo siguiente:


“El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.


Al haber resucitado, nuestros pecados fueron hechos a un lado y se nos declaró justos ante los ojos de Dios.


No solo eso, el apóstol Pablo aclara en Efesios 2:5-6 que Dios nos resucitó con Cristo.


El pasaje dice así:


5 Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),

6 y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”.


Cuando consideramos que el Señor resucitó y comprendemos que Dios nos ha dado ese mismo poder espiritual por la fe, entonces podemos experimentar victoria sobre el pecado y la tentación, y podemos llevar una vida que agrada al Señor.

La resurrección de Jesús nos provee una esperanza latente mientras vivimos, confirma la limpieza de nuestros pecados y nos hace andar en vida nueva.


1 Pedro 1:3 dice así:


“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”.

En segundo lugar, debemos considerar la resurrección como la garantía de nuestra resurrección en el futuro.


Los cristianos creemos que, cuando este mundo llegue a su fin, seremos resucitados por Dios con cuerpos nuevos y entraremos en el cielo y tierra nuevos, preparados por Dios.


1 Corintios 15:12-13 dice lo siguiente:


12 Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?


13 Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó”.

Tenemos que creer que Jesucristo pagó por todos nuestros pecados, tanto pasados, presentes como futuros.

Debemos afirmarnos con toda seguridad en el hecho de que seremos resucitados por Dios y entraremos en el cielo nuevo y en la tierra nueva.


1 Tesalonicenses 4:16 al 18 dice así:


16 Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.


17 Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.


18 Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”.

¡Qué gloriosa esperanza la nuestra!


Por medio de la resurrección de Jesucristo, tenemos la confirmación del perdón de nuestros pecados y podemos vivir en victoria continua sobre el pecado.


Además, tenemos la certeza de la resurrección en el día final.


Dios nos dará cuerpos nuevos, semejantes al de Jesucristo, y entraremos junto con Él a la gloria eterna.


Nos gozamos y alegramos en la escena descrita en Apocalipsis 21, que dice:


1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más.


2 Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.


3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios”.

Como aquel himno antiguo, podemos decir:

“Porque Él vive, triunfaré mañana”.






 
 
 

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