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Jesús sacia nuestra vida.

Foto del escritor: Marlon CoronaMarlon Corona

Actualizado: 1 abr 2019

Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre (Juan 6:51).

Uno de los pensamientos más consoladores, preciosos y tiernos, que nos ha sido dado por el Señor, es el que indica que somos la casa y la habitación de nuestro Dios. Pablo dijo: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, al cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 3:16).

En la antigüedad, los hombres tenían que ir a encontrarse con sus dioses. Subían montañas, cruzaban ríos, enfrentaban dificultades con la finalidad de ofrecerle sacrificios a los ídolos.

Pero la condición de los cristianos es muy diferente. Y es diferente porque Dios mismo mora en sus corazones. Jesucristo dijo: “No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros” (Juan 14:18). Así que cada creyente tiene la presencia y permanencia de Cristo en su vida.

Esta preciosa verdad, y consoladora, se hace válida cuando, en nuestro andar con el Señor, descubrimos que nuestra vida ha sido saciada de paz, esperanza y felicidad. De pronto, mientras más caminamos con el Señor, la paz nos inunda, un río de gozo brota de nuestro interior y, de manera asombrosa, nuestros problemas pierden poder en nuestra vida y cada vez más se ven diminutos. Esto sucede porque Cristo, que vive en nosotros, nos ha saciado y ha llenado nuestra vida.

Un día, una multitud se reunió para escuchar al Señor. Ellos estaban absortos en las palabras del Maestro y el tiempo parecía no transcurrir. Al caer la tarde no había qué comer. Pero el Señor mandó que trajeran Los cinco panes y los dos peces de un muchacho de la multitud.

Fue entonces, que por el poder milagroso de Jesus, el alimento se multiplicó y toda la multitud comió hasta saciarse. Jesús tiene misericordia y amor por el hambriento y el necesitado. Fue tal el milagro, que sobraron 12 cestas de lo repartido aquel día.

Actualmente, Jesús sacia la vida de aquellos que vienen a Él humildemente y con necesidad. Solamente Jesús puede saciar la vida y llenar el corazón del hombre. Como decía aquel corito antiguo: “Solo Dios hace al hombre feliz”.

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