Hace tiempo leí un poema que llamó mucho mi atención y me hizo reflexionar en el sentido de la vida que Dios nos ha dado.
El poema decía lo siguiente:
“Como la gota que la peña traspasa, Cayendo levemente noche y día,
Así consigue ver con alegría La paciencia, su obra terminada.
Nadie le estorba ni arrebata nada, Si persigue su objeto con vehemencia;
Prosigue su labor, y en Dios confía
Hasta llegar al fin de la jornada.
Fueron formados, con pequeñas gotas, los mares
Y con pequeñas arenas los desiertos.
De pequeños segundos, fueron formados, los años
Y los grandes caminos recorridos a pisadas”.
Los hijos de Dios, aquellos que han nacido de nuevo al creer en Cristo y que ahora forman parte de la familia celestial, nunca deben olvidar la importante lección de la paciencia.
Esta es una de las virtudes más valiosas que un creyente puede poseer.
La paciencia en la vida cristiana, no solo revela madurez y sabiduría, sino que es el camino que nos guía a las grandes victorias y conquistas en el diario vivir.
Por ende, una de las lecciones más importantes que nos es impartida en la escuela de Dios es la paciencia.
En su explicación sobre “el fruto del Espíritu” de Gálatas 6, Pablo escribió a los creyentes sobre la importancia de ser pacientes y no desistir únicamente porque nada sucede ante nuestros ojos.
Él dijo (Gálatas 6:9):
“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos”.
La expresión “no nos cansemos” significa que no nos demos por vencidos, que no volvamos atrás y que no desistamos a pesar de cómo se nos presenten las circunstancias.
Además, la frase “de hacer el bien” implica todo aquello es digno, justo, santo y piadoso ante los ojos de Dios.
Si en algo no debemos claudicar es en aquello que glorificará a Dios y que nos llevará a sentirnos satisfechos en Él.
El perdón, la misericordia, la verdad, la justicia, el servicio, son cosas en las que debemos perseverar hasta el fin, no importando lo que estemos viviendo.
El apóstol Pablo, además, resaltó que “si no desmayamos”, es decir, si no claudicamos, veremos una gran cosecha delante de nosotros.
Sin embargo, él incluyó en este versículo, las palabras “a su tiempo”.
Esto significa que puede que tome tiempo, puede que no sea en el momento en que nosotros pensamos.
No obstante, podemos tener la certeza de que ocurrirá.
Y este es el punto central de la paciencia: la certeza de lo que sucederá.
Toda persona que se embarque en el camino de Dios y que haya decidido creer en la Palabra de Dios, debe tener en claro algo.
Eso es que, si no desiste y si no se rinde en las cuestiones santas y justas, en el momento indicado por Dios, el milagro ocurrirá.
Estas fueron las palabras de Pablo.
Sin embargo, ¿qué es la paciencia, a todo esto?
Podemos definirla como la insistencia incansable, la perseverancia que nunca se rinde, la espera que siempre es recompensada.
Recuerdo una anécdota sobre Miguel Ángel y una de sus obras más famosas.
Se dice que este gran artista tardó algunos años en dar los últimos retoques a la escultura llamada “El David”.
Cierto amigo que lo visitaba casi todos los días, le preguntaba siempre:
“¿Qué has hechos hoy?” A lo cual el artista contestaba:
“Hoy he perfeccionado un detalle de la mano; hoy he mejorado la sombra del rostro; he detallado los pies; hoy he arreglado la luz del vestido; etc”.
Sin embargo, el amigo decía:
“Pero esas son pequeñeces, esas cosas son imperceptibles”.
A lo que Miguel Ángel, con una mirada amable, respondía:
“Ciertamente, pero hay un solo camino a la perfección y son las pequeñeces. Y suele ser que la perfección no es ninguna pequeñez”.
Mis amados, la vida del cristiano está hecha de pequeños detalles, pequeñas victorias, pequeños triunfos día con día.
Dios nos llama a prestar atención a las cosas que antes los ojos de otros parecen insignificantes.
La oración sincera, la meditación en la Palabra, el servicio amoroso y desinteresado a los demás, un consejo a un amigo, pueden parecer pequeñeces.
Pero no olvidemos que de esas pequeñeces está hecha una vida plena y feliz.
Y la felicidad nunca es una pequeñez.
La persona de éxito en Dios, aquella que alcanza la felicidad, es aquella que se caracteriza por su dedicación y fidelidad a las cosas pequeñas.
Hoy, muchos están orando por alguna situación familiar, por su matrimonio, por un negocio, están orando por la salvación de un amigo o un familiar.
Sin embargo, a menudo nos desanimamos porque no vemos la respuesta que esperamos.
A veces, lo que ven nuestros ojos, está lejos de parecerse a lo que le hemos pedido a Dios y dista mucho ser la respuesta que anhelamos.
No obstante, si uno quiere presenciar un milagro y ser poseedor de grandes realizaciones, primero debe proponer la paciencia y la perseverancia como actitudes definitivas en su corazón.
Dios, en su escuela, nos hace entrar en la materia de la paciencia.
Para ello, permite todo tipo de contrariedades y negativas que van forjando la fe y la esperanza del creyente.
Es ahí, ante el panorama desolador y contrario, que debemos desarrollar la paciencia y ser fieles en la oración y en las cosas pequeñas.
En mi experiencia como pastor, vi a muchos que querían tener éxitos y victorias instantáneas.
Vi a muchos pastores queriendo lograr grandes cosas y tener grandes iglesias y ministerios de la noche a la mañana.
Sin embargo, pensar así es un error. Dios nunca obra de esa manera.
El camino de Dios es diferente.
Dios comienza poniendo una pequeña semilla en las manos de sus siervos.
Esa semilla es un sueño, una visión, una meta.
Muchos corren a toda velocidad probando infinidad de métodos para llegar a la cima.
Sin embargo, Dios quiere que nosotros nos humillemos delante de Él hasta escuchar su voz y que luego vayamos y lo obedezcamos.
Esa es la manera en la que debemos edificar nuestros ministerios e iglesias, así como nuestras vidas personales.
Permítanme compartir un poco de mi testimonio como pastor estos últimos años.
Cuando yo era más joven, también quería un éxito inmediato.
Hacía grandes planes por adelantado a la voluntad del Espíritu Santo.
Corría de un lado a otro y siempre estaba iniciando nuevos proyectos.
Sin importar cuánto intentara, todos mis planes y proyectos fracasaban.
Nunca logré nada en realidad.
Un día, vine delante de Dios en oración y le dije:
“Dios ¿por qué no puedo lograr nada? Hago mucho pero no logro nada”.
Dios me respondió:
“Es porque tú quieres comenzar con grandes cosas. Yo nunca te he mandado iniciar proyectos grandes. Jamás te ordené perseguir la grandeza. Esa no debe ser tu meta. Hoy te mando que seas fiel en las pequeñas cosas”.
Entonces me arrepentí de la clase de vida que, como pastor, había llevado.
Me humille y ese día abandone la sed de grandeza.
En aquel entonces, solo tenía ocho miembros en la iglesia.
Predicaba desde un púlpito que yo mismo había fabricado con cajas de fruta que recogí después de que unos vendedores de la vía pública las habían abandonado.
En aquel entonces, ni siquiera teníamos sillas en la iglesia.
Los jóvenes se sentaban en el suelo a escucharme predicar.
Sin embargo, había encontrado el secreto del éxito: ser fiel en lo poco.
Me entregué por completo a mis ocho miembros y di mi mejor esfuerzo por ayudarlos espiritualmente.
Todos los días oraba por ellos, los visitaba a menudo y los alentaba a continuar en la vida cristiana.
Solo contaba con unos cuantos libros, así que me propuse leerlos y aprender al máximo de ellos.
Por las madrugadas oraba a Dios, con lagrimas de arrepentimiento y esperanza en los ojos.
Muchos de los pastores contemporáneos que frecuentaba se encontraban en mejores condiciones que yo.
Siempre escuchaba que ellos hablaban de sus logros y de sus avances.
Pero parecía que yo me encontraba rezagado en la carrera hacia el éxito.
No obstante, Dios me alentaba en mis tiempos de oración y me decía en mi corazón:
“Marlon, sé fiel en lo poco. Te he dado una semilla. Cuídala con todo tu ser y no busques la grandeza”.
Por aquellos días, ni siquiera teníamos un lugar de reunión.
Nos reuníamos en la sala de mi casa.
En ese entonces, aprendí un principio espiritual que me ha acompañado hasta ahora.
Es el siguiente:
“Para crecer por fuera, primero hay que crecer por dentro”.
En otras palabras, antes de construir grandes cosas para Dios, primero tenemos que poner grandes fundamentos.
Fue entonces que comprendí que la grandeza es algo secundario y que lo más importante es el crecimiento espiritual interno.
Así que aprendí las disciplinas espirituales de la oración, el estudio bíblico, el ayuno y la negación a uno mismo.
Dediqué mi tiempo a aprender a ministrar y predicar la Palabra de Dios.
Lo más importante para mí fue ministrar al Señor, para después poder ministrar a la iglesia.
Con el tiempo, un gran milagro ocurrió.
Nuestra iglesia comenzó a crecer como un pequeño brote en la tierra.
Sin embargo, me percaté de que mientras otras iglesias luchaban con asuntos carnales como la murmuración, la critica, el fatalismo y la falta de disciplina, mi iglesia no tenía esos problemas.
Desde aquel entonces, hemos respirado un ambiente limpio y fresco en la iglesia, que no da lugar a esos pecados destructivos.
Nuestras células comenzaron a crecer y mucha gente se acercó a nosotros para recibir ayuda espiritual.
Fue en aquel momento que Dios me ordenó comenzar a grabar las Meditaciones de la madrugada para enviarlas a los miembros de la iglesia.
Sin darme cuenta, los audios comenzaron a extenderse por todo mi país y muchas personas comenzaron a buscarnos.
Entonces comprendí que sin haber trabajado en silencio por varios años, esto nunca hubiera sido posible.
Actualmente, estoy animando a toda la iglesia a ser fieles en lo poco, a trabajar en las cosas pequeñas, porque ese es el secreto del éxito, de la felicidad y de la grandeza.
Estas cosas son secundarias, pero vienen siempre como resultado del trabajo constante, de la perseverancia y de la paciencia.
Dios no le otorga la grandeza a los que no saben humillarse ni se dedican a poner buenos fundamentos en sus vidas espirituales.
Por el contrario, cuando hay un siervo de Dios o un creyente que se humilla y que es fiel a Dios en lo poco, entonces el Señor lo bendice y pone su mano de favor sobre él.
Siempre recuerden que para que una persona pueda crecer por fuera, primero tiene que crecer por dentro.
Eclesiastés 3:1 dice de la siguiente manera:
“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”.
Esta es una tremenda verdad que debemos aplicar a nuestra vida.
Todas las cosas, tienen una fecha de cumplimiento.
Si usted ha estado orando por algo, no desista solo parqueada está sucediendo ante sus ojos.
Recuerde que usted está en la escuela de Dios y está aprendiendo la valiosa lección de ser paciente.
Cuando Dios no nos responde, una de dos cosas pueden estar sucediendo.
Primero, aquello que le estamos pidiendo puede que no sea bueno realmente y por eso, Dios no lo permite en nuestra vida.
Segundo, puede que no sea el tiempo de recibir aquello que le estamos pidiendo a Dios.
Si usted aprende a discernir entre estas dos cosas y concluye que todavía no es el tiempo, entonces persevere en la oración, sea moldeado y transformado por Dios, y entonces, el milagro sucederá.
A veces, antes de que venga la respuesta de Dios y que ocurra un milagro, Dios primero quiere que nos arrepintamos y que nos consagremos a Él.
Por eso, viva la etapa de la transformación y deje que el Señor le moldee y le transforme en medio de la espera.
Nunca lo olvide, estamos en la escuela de Dios.

Amén 🙌🏻
Amén 🙏🏻 gracias pastor Marlon por compartir la palabra de Dios con nosotros es una bendición, Gracias le doy a Dios por la persona que compartió los audios conmigo y ahora yo puedo recibir estas reflexiones diario y las comparto con mi day amigos, espero en Dios poder visitar la congregación y poder conocerles en persona, el mes próximo estaré en Colima Dios bendiga su vida la de su familia y la congregación 🙏🏻