Si una herida física no se trata debidamente, sino que solo se esconde o se niega, más tarde generará todo tipo de problemas.
Algo similar sucede con las heridas del alma, las cuales son heridas emocionales que no se ven a simple vista.
Sin embargo, dichas heridas son reales y causan mucho dolor.
Cuando las heridas del alma no se tratan debidamente, ¿por qué pensamos que sanarán por sí solas o que se resolverán con el tiempo?
¿Por qué tenemos la idea de que son menos importantes que las heridas físicas?
Al igual que una herida en el cuerpo, las heridas del alma necesitan tratamiento, medicina y un proceso de recuperación.
Lo más terrible de las heridas emocionales es que acarrean todo tipo de malestares en la vida, tales como la depresión, los temores, el resentimiento e incluso los vicios y las adicciones.
En la iglesia tenemos un testimonio de un hermano que antes de suconversión batalló por años en el área del alcoholismo.
Debido a que en su niñez experimentó el rechazo y el abandono, creció con un comportamiento auto-destructivo.
Este hermano, antes de conocer a Cristo, solía alcoholizarse cada fin de semana.
Aunque asistió a grupos de auto-ayuda, visitó psiquiatras e incluso fue recluido en un centro de rehabilitación, aquella atracción a la bebida era más fuerte que él.
Cuando nos conocimos, me contó su experiencia en la cual caía y se emborrachaba hasta perder la razón.
No obstante, al día siguiente, remordido por su consciencia, se proponía no volver a hacerlo.
Y este ciclo vicioso se repitió por años.
Cansado de la situación y muy frustrado, comenzó a escuchar las Meditaciones Ascender, debido a que una vecina comenzó a compartirlas con él.
En una de ellas escuchó que debía arrepentirse de sus pecados y entregar su vida a Cristo.
Cuando nos entrevistamos por primera vez, él ya había recibido a Cristo como Señor y Salvador personal.
A través de las prédicas, él había comprendido que solo en una relación personal con Dios recibimos el poder para vencer el pecado y la tentación.
El hermano comprendió, además que mientras más buscaba del Señor, su vida interior iba siendo restaurada y sanada, al punto de vencer y echar fuera los sentimientos destructivos que por años lo habían aprisionado.
Cuando comprendió esta verdad, se aferró a la vida de oración y a la meditación en la Palabra de Dios.
De este modo la depresión y el complejo de abandono fueron disipados de su vida como la niebla cuando sale el sol.
A partir de entonces, comenzó a experimentar una asombrosa victoria sobre la cerveza y el alcohol que antes no había conocido.
Me dijo que con el tiempo, ya ni siquiera le atraía la bebida.
Y fue tal la transformación que experimentó que no solo dejó de tomarla, sino que comenzó a odiarla.
¿Cómo puede una persona experimentar una transformación como esta en su vida personal?
¿Quién puede sanar el alma y la mente del hombre al punto de que los viejos hábitos y patrones destructivos sean erradicados?
Lo cierto es que solo el Señor puede hacer tal milagro.
Él es el Dios de la sanidad interior.
En el Salmo 30, versículos 1-2, encontramos una declaración asombrosa al respecto:
“2 Jehová Dios mío, a ti clamé, y me sanaste.
3 Oh Jehová, hiciste subir mi alma del Seol; me diste vida, para que no descendiese a la sepultura”.
David, quien escribe este salmo, compara el sufrimiento con el Seol y la sepultura.
Para él, el quebranto que enfrentaba en su alma, era similar a la muerte.
Sin embargo, él confesó que fue Dios quien lo sanó y lo restauró.
Por eso, sus palabras al final de este Salmo son de alabanza y devoción profunda:
“11 Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría.
12 Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre”.
Además, en el Salmo 41, como resultado de sus pecados y desobediencias contra Dios, el salmista describe su situación de herida y quebranto.
Sin embargo, al clamar a Dios por misericordia, vino a ser levantado y sanado.
El versículo 4 dice así:
“Yo dije: Jehová, ten misericordia de mí; sana mi alma, porque contra ti he pecado”.
Es importante notar que el salmista se encontraba herido, pero en esta ocasión no como resultado solamente de lo que otros le habían hecho.
En realidad, estaba herido como resultado de su propio pecado y rebeldía contra Dios.
No quiero que pensemos en nosotros mismos únicamente como víctimas y que nos auto-compadezcamos de nosotros mismos.
Sí, hemos sido heridos, quizá alguien nos ha lastimado, incluso puede que una persona nos haya hecho mucho daño.
Pero esto no significa que debemos deslindarnos de toda responsabilidad.
El hombre es pecador, y la mayor parte del tiempo su conducta pecaminosa redunda en heridas y dolores auto-infligidos.
Sin embargo, si nos volvemos al Señor podemos encontrar sanidad y restauración para nuestra vida.
Como fuere, ya sea que otros nos hayan herido o que hayamos sido lastimados como resultado de nuestros propios pecados y malas decisiones, debemos concluir y confirmar que el único que puede sanar y restaurar verdadera y continuamente el alma es Dios.
Y cuando somos sanados por Dios, los otros problemas en nuestro carácter y conducta son resueltos.
Nunca lo olviden, cuando resolvemos los problemas espirituales, nuestra vida experimenta una sanidad asombrosa.
Mis amados, esta sanidad de la que estamos hablando no viene de una fuerza impersonal, ni debemos esperarla del universo o de los ídolos.
No debemos esperarla del poder o la sabiduría humanos.
Todas estas cosas no pueden hacer anda de provecho por nosotros.
La sanidad solo se encuentra en Dios. Él es el Dios de la sanidad interior.
Nuestra declaración debe ser la del Salmo 30:2, que dice: “Jehová Dios mío, a ti clamé, y me sanaste”.
Entonces, ¿cómo podemos comenzar a recorrer este camino de sanidad y restauración para el alma?
Hay un principio que debemos reconocer al respecto.
Cualquier persona que anhele ser sana interiormente, debe tener en claro esta verdad que estoy por revelar.
¿Cuál es? Para responder a esta pregunta, quiero que miremos nuevamente el ejemplo de David, el salmista.
Él solía decirle al Señor:
"Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos" (Salmo 84:10).
Estas palabras reflejan el deseo sincero y verdadero del corazón de un hombre que busca la obra de Dios en su vida.
Él confesaba que lo mejor y más valioso era el Señor.
Aunque fuera un solo día, él prefería estar en la presencia del Señor que toda una vida alejado de Él viviendo a su modo.
¿Qué quiere decir esto, mis amados?
Este es el principio espiritual que quiero compartir con todos ustedes el día de hoy:
Aquella persona que está buscando la sanidad del corazón herido y la sanidad para el alma cargada, debe darse cuenta de que en realidad está buscando a Dios.
Muchas personas quieren ser sanadas, quieren experimentar grandes milagros y bendiciones, pero no necesariamente quieren a Dios.
Son muchos los que quieren que sus vidas mejoren y que les vaya bien, pero no para ellos no es importante de dónde venga ese bien.
Ellos se conforman con que todo marche bien y que todo esté en orden.
Algunas personas que nos escriben pidiéndonos ayuda, solo quieren que su problema se resuelva pero no quieren a Dios.
En otras palabras, solo quieren los beneficios que Él ofrece, pero no quieren al Dios de los beneficios.
Y ese es el más terrible error que podamos cometer.
Nuestra actitud y nuestro pensamiento deben ser completamente diferentes a lo anterior.
Nosotros, mis amados, para experimentar la sanidad interior que Dios desea darnos, primero tenemos que hacernos una pregunta muy importante:
“¿quiero a Dios o quiero solamente mi beneficio personal?”
Esta es una pregunta de suma importancia.
En realidad, es la antesala para la obra de Dios en nuestro ser interior.
En la Biblia, podemos encontrar personas que solo buscaron la mano de Dios pero no buscaron su rostro.
Una de ellas fue la esposa de Job.
Siempre que las cosas marcharon bien y que hubo cierta estabilidad, esta mujer estuvo contenta.
Pero tan pronto empezaron las carencias y apareció la enfermedad, le dijo a Job:
"¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete" (Job 2:9).
Sin embargo, el hombre que anhela a Dios sabe que el Señor puede que lo guíe por caminos desérticos o de padecimientos, pero a pesar de todo, Él sigue a su lado.
Ante las palabras de su esposa, Job respondió:
"¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?" (v.10).
La pregunta crucial para experimentar la sanidad de Dios es:
"¿Deseo a Dios o solamente quiero sus bendiciones? ¿De verdad anhelo al Señor o me conformaré solo con sus beneficios?”
Aquella persona que quiere ser sanada debe comprender que esto no se trata solamente de recibir “algo” de parte de Dios.
En realidad, se trata de recibir a Dios y rendir la vida delante de Él.
Estoy orando para que cada uno de nosotros seamos personas que solamente anhelamos a Dios y deseamos andar en su camino.
Que nuestros pasos sean ordenados y le amemos solo a Él.
Entonces, la sanidad vendrá como consecuencia.

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