A menudo, en mis consejerías pastorales, las personas vienen a mi oficina, toman asiento, suspiran profundamente y con pesar en sus corazones me dicen que se sienten solas y desamparadas.
En la actualidad, son muchas las personas luchan y batallan contra el temor y la ansiedad, y no pueden encontrar una salida.
Por eso, no es exagerado decir que el estrés se ha convertido en la enfermedad del siglo XXI.
Hoy en día, son muchos los que se sienten ansiosos por el futuro cuando miran hacia adelante y se sienten desprovistos y solos.
Otros, se sienten deprimidos y sin ánimos porque carecen de esperanza.
Además, hay quienes no conocen la paz y la tranquilidad porque viven afanados por las cosas de esta vida.
Creo que las frases que más escucho cuando atiendo a las personas son:
“No sé qué hacer. Me siento muy solo. Me encuentro en un callejón sin salida. Creo que todo está perdido”.
¿Sabe qué es lo interesante de todo esto? Que estas ideas tienen sus raíces en la mente y en el corazón de muchas personas.
Y lo que sabemos es que la mente influye profundamente en la manera en la que vivimos y no comportamos.
De modo que cuando el temor y la ansiedad, esa sensación de intranquilidad y de pérdida, se apoderan de la mente de una persona, en realidad se están apoderando de su vida por completo.
A raíz de mis consejerías, me doy cuenta de que los males contra los que más luchan las personas son, precisamente, el temor y la ansiedad.
En la Biblia, la palabra “temor” tiene un significado muy amplio.
No solo se refiere a una sensación de inseguridad generada por algo que nos desafía o nos supera, sino que implica depresión, angustia y desesperanza.
En algunas ocasiones, la palabra “temor” se refiere a ansiedad, soledad o incluso amargura de corazón.
Naturalmente, Dios no quiere que vivamos de esta manera, siendo destruídos por estos males.
Debemos tener en cuenta que estas emociones y patrones de pensamiento no provienen de Dios sino que son el resultado de vivir lejos de Él, sin considerarlo y sin apoyarnos en Él.
La muestra más clara se encuentra en el Génesis, precisamente en donde se nos relatan los orígenes de la humanidad.
Tras la caída de Adán y Eva, la humanidad quedó presa del temor y la ansiedad.
Aquella relación cercana y prospera de la que ellos disfrutaban con Dios fue quebrantada por el pecado y la desobediencia.
Como resultado, el hombre fue privado de la gloria de Dios y su corazón quedó expuesto a toda clase de emociones negativas.
En Génesis 3:8 en adelante, podemos leer lo siguiente:
“8 Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto.
9 Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?
10 Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”.
Aunque el Señor vino a buscarlos, Adán y su mujer se escondieron de su presencia, pues no querían encarar las consecuencias de sus pecados.
Entonces, el Señor mismo llamó a Adán y le dijo: “¿En dónde estás tú?”
Desde luego, esta no fue una pregunta a través de la cual Dios quisiera saber la ubicación de Adán, sino que fue para que Adán despertara y reconociera su condición.
En consecuencia, el hombre respondió:
“Me llené de una extraña sensación que antes no conocía, el miedo me sobrecogió y vine a esconderme”.
Adán estaba escondido tras los arbustos de las excusas, el orgullo y el egoísmo, pero aún así no pudo librarse del temor.
Como podemos ver, el origen de la ansiedad y del temor es el pecado y el estar privados de la presencia de Dios.
Sin la bendición de su presencia, solo nos queda vivir en las tinieblas de la soledad y la depresión.
En nuestra vida cristiana, resulta fundamental que tengamos una plena comprensión del temor y de la ansiedad.
En caso de que estas emociones sean de provecho para nuestra vida, es necesario guardarlos en nuestro corazón.
Pero lo cierto es que tanto el temor como la ansiedad, a igual que el tabaco, no son provecho para nada.
Tales sentimientos y pensamientos destruyen el alma y el cuerpo.
Por tanto, para que todas las cosas prosperen y tengamos salud, así como prospera nuestra alma, primero debemos deshacernos del veneno del afán y la ansiedad.
Pero, ¿cómo podemos hacerlo? ¿Cómo podemos ser libres de estos terribles males que arrastran al mundo al quebranto emocional?
Parte de la respuesta se encuentra en el Salmo 34, el cual es nuestro objeto de estudio durante esta semana.
En el versículo 4, se puede leer lo siguiente:
“Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores”.
Este pasaje, aunque sencillo, es la clave la victoria sobre el temor, el afán, la ansiedad y la soledad.
Permítame preguntarle, ¿está usted luchando contra el temor? ¿Se encuentra batallando contra la soledad? ¿Acaso ha hecho de la ansiedad una rutina diaria?
Dios nos ofrece un camino y nos invita a vivir en la libertad que Él ofrece.
El primer paso que tenemos que dar consiste en buscar al Señor.
No obstante, debemos considerar un punto de partida para esto.
Nuestra búsqueda de Dios debe comenzar en la cruz de Cristo, en donde Él murió y entregó su vida por todos nosotros.
Es decir, aquel que se propone buscar a Dios debe comprender que solo Jesucristo puede darlo a conocer.
En Juan 1:18 se nos dice que:
“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”.
En otras palabras, no podemos conocer a Dios si primero no conocemos a Cristo.
Además, el Señor dijo en Juan 14:6:
“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”.
Es decir, para llegar al Padre es preciso reconocer a Cristo en nuestras vidas y recibirlo como Salvador personal.
Ya que el hombre fue separado de la gloria de Dios por causa del pecado, y la humanidad no fue capaz de restaurar su comunión con Dios por ninguno de sus métodos, el Hijo de Dios vino al mundo para reconciliarnos con el Padre por medio de su sacrificio.
Naturalmente, si estamos reconciliados con Dios podemos vencer el temor y la ansiedad, y podemos ser libres para vivir una vida plena.
Por eso, si usted quiere ser liberado del temor, primero crea en Jesucristo y ponga toda su esperanza en Él.
Solo Él puede concederle una relación correcta con el Padre.
Recuerde lo dice que 2 Corintios 5:18-19:
“18 Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación;
19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”.
Cuando usted cree en Jesucristo y descansa en la obra suficiente que Él llevó a cabo en la cruz, entonces es reconciliado con Dios.
A partir de entonces, podemos caminar diariamente con Dios, conocerle en su Palabra y orar dejándole nuestras cargas.
El Salmista dijo:
“Busqué a Jehová, y él me oyó”.
Esta segunda parte, “Y Él me oyó” se refiere a dejarle todas nuestras cargas y preocupaciones por medio de la oración.
A menudo cometemos el error de hablar con todos sobre nuestras cargas y problemas, pero olvidamos hablar de ellas delante de Dios.
Muchas personas, antes de venir al Señor, van primero con todo mundo y les hablan de sus adversidades.
Pero la Biblia nos dice en Filipenses 4:6:
“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”.
Si tan solo le lleva sus cargas a Dios en oración y le agradece por fe, creyendo que Él tiene el control, usted será libre del temor y del afán.
La Biblia no nos dice que vayamos a Dios a informarle sobre nuestra situación como si Él no la conociera.
La expresión “sean conocidas” se refiere a un milagro que ocurre en la dinámica de la oración.
Suele ser que cuando usted se arrodilla para hablarle a Dios de sus problemas, los cuales Él a conoce, usted recobra la seguridad de que Él siempre ha estado en control.
Nosotros no oramos para informarle a Dios sobre nuestros problemas; ni siquiera oramos para pedirle que Él “tome el control”.
Decir “Señor, toma el control de esta situación”, no solo es equivocado sino que contradice la fe cristiana.
Dios es Soberano y tiene el control del universo; de modo que cuando oramos no le estamos diciendo nada nuevo ni Él está recién tomando el control.
Oramos para recordarnos que Él es Soberano, Todopoderoso, Todosuficiente, y para recordar que nuestras vidas están en sus manos.
Solo así podemos ser libres del temor.
Mis amados, la sabiduría en la vida consiste en no afanarse, sino en saber que Dios tiene el control de todas las cosas.
Nuestra declaración de vida debe ser: “Todo está bajo el control de Dios”.
Lo anterior es cierto.
Queridos hermanos, no hay nada en este mundo que se le escape de las manos al Señor.
Nuestro Dios es un Dios Todopoderoso y Omnipresente que domina la historia, domina la vida y el destino de la humanidad.
Si somos su pueblo y sus ovejas, ciertamente, el Padre nos protegerá a través del destino y las circunstancias.
Por fe podemos gozar de paz y reposo, y podemos decir: “Me libró de todos mis temores”.
Por tanto, solo aquel que conoce y confía en el Señor, y aquel que se ha reconciliado con el Padre por medio de Cristo, puede ser fuerte y valiente.
Le pregunto, ¿ha hecho del afán una rutina diaria?
Puede ser que dar vueltas en un solo lugar o sentarse sin hacer nada se hayan vuelto una costumbre en su vida.
Si se siente derrotado por el afán, no busque una solución inmediata ni piense que caerá del cielo una respuesta prematura.
Más bien, vaya paso a paso.
En primer lugar, restaure la comunión con Dios que el afán y la ansiedad le han robado.
No piense que ya es tarde, sino arrodíllese y busque a Dios, por medio de Cristo.
De esta forma, el Dios de paz descenderá sobre usted y le brinda gozo y tranquilidad, así como una fuerte esperanza para vivir.

cristo es nuestro salvador y protector de nuestra alma su tu buscas su luz nunca estarás en tinieblas y tus temores desapareceran amen