Un domingo por la mañana, después de haber subido al púlpito, un pastor preguntó a los miembros de su iglesia lo siguiente:
“Cuando piensan en el futuro, ¿qué es lo primero que viene a su mente? ¿Qué es lo que se imaginan?”
Después hizo una pausa para mirar a todos los miembros de la iglesia, y continuó preguntando:
“Hermanos, ¿qué sienten cuando piensan en el porvenir?”
Finalmente, algunas personas respondieron que sentían preocupación y ansiedad.
Otros dijeron que la sensación predominante en ellos era el temor y la desesperación.
Otros más dijeron que sencillamente no alcanzaban a vislumbrar su futuro.
Sin embargo, un grupo muy reducido respondió: Esperanza.
Mientras más indagaba, el pastor logró reconocer algo asombroso. Las personas que no eran disciplinadas en su vida de oración, que no tomaban tiempo para meditar en la Palabra de Dios y que se ausentaban con frecuencia de las reuniones de la iglesia, tendían a estar más preocupadas y ansiosas, en comparación con aquellos que eran más fervientes en su vida cristiana.
El pastor se percató de que la mayoría de las personas en su congregación enfrentaban problemas muy similares, casi indistintos, como los desacuerdos matrimoniales, las disputas familiares, temporadas de escasez económica, enfermedades e incluso la depresión.
Sin embargo, había un grupo de personas que parecían no ser conmovidas tan profundamente por este tipo de situaciones sino que se mantenían esperanzadas y confiadas, así como tranquilas en su corazón.
Este último tipo de personas, mostraban una seguridad tan firme debido a que diariamente se esforzaban por tener un encuentro con Dios mediante la oración y la reflexión de Su Palabra.
Como resultado, llegaban a depender más de Dios para los asuntos más complejos como para los asuntos más simples.
Además, parecían contemplar a Dios en medio de todo lo que vivían.
Y algo que llamó sumamente la atención del pastor es que todos ellos afirmaban confiar en el Dios bueno.
Ese era el punto medular de todo el asunto.
El día de hoy, yo también quiero hacerles la misma pregunta que este pastor hizo a su congregación.
Amados, cuando miran hacia adelante, a su propio futuro, ¿qué es lo que ven?
¿Qué es lo primero que piensan cuando escuchan la palabra “porvenir”? ¿Cómo es el futuro de ustedes?
Me gustaría que esta madrugada todos pudiéramos hacer un alto y pensar en estas preguntas.
Nuestra respuesta, sea cual sea, revelará lo que hay en nuestro corazón y nos dejará ver la clase de cristianos que somos.
Queridos hermanos, la clave que descifra nuestro futuro y nuestro porvenir es la convicción en el Dios bueno.
Es decir, el secreto para encarar el mañana consiste en creer que el Dios bueno está con nosotros el día de hoy, aquí y ahora, para intervenir en nuestras vidas y asegurar nuestro destino.
Quien carece de esta seguridad es como una liebre que está acorralada por el depredador, en relación a su propio futuro.
El mañana es el depredador y la persona es la liebre que no tiene a dónde ir.
Durante esta semana hemos reflexionado sobre algunas lecciones espirituales que nos provee el Salmo 34.
Por ejemplo, hemos hablado sobre la importancia de nuestras palabras y los increíbles alcances que estas tienen.
Incluso, hemos mencionado que la persona que alaba y bendice a Dios, en realidad es una persona que profundiza y experimenta aún más la gracia de Dios.
Abordamos, anteriormente, el tema del temor y la ansiedad, y hablamos sobre el origen de estos males.
Meditamos sobre la manera en la que Dios nos libera de ellos y nos guía a la paz y al reposo.
Además, el día de ayer, hablamos sobre la importancia de creer en el Dios bueno y cómo esto puede transformar nuestra vida.
El día de hoy quiero que culminemos nuestro estudio del Salmo 34, aunque todavía queda mucho qué decir, reflexionando en los versículos 9 y 10.
El pasaje dice lo siguiente:
“9 Temed a Jehová, vosotros sus santos, pues nada falta a los que le temen.
10 Los leoncillos necesitan, y tienen hambre; pero los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien”.
Este pasaje encierra una tremenda bendición para todos nosotros, y descubrir su significado es la clave para enfrentar con éxito el porvenir.
Es cierto que en la actualidad muchos se encuentran ansiosos y desesperados cuando miran hacia adelante.
Muchos están temerosos del porvenir y se angustian al pensar en ello.
Sin embargo, el Salmo 34:9-10 nos da la clave para enfrentar la vida y lo que venga, tomados de la mano de Dios.
El pasaje comienza diciendo “Temed a Jehová”, pero, ¿qué significa?
El concepto del “temor de Jehová” proviene de la reverencia, del respeto y de la solemnidad con la que los hombres se dirigían a Dios en la antigüedad.
Era un sentido profundo de adoración que hacía que el hombre inclinara su rostro y se compungiera en su corazón.
Un ejemplo de ese asombro y sentido de respeto lo encontramos en el Salmo 8 que se titula “La gloria de Dios y la honra del hombre”.
En los versículos 3 en adelante, el salmista le dijo al Señor:
“3 Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste,
4 Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?”
Estas palabras, de acuerdo a como están escritas en el original, denotan un sentido de respeto y reverencia profundos.
No fueron dichas de labios para afuera ni de manera superficial.
El salmista no está poniéndose a la par de Dios y tratándolo como un “compadre” o como un mero amigo.
Para él, dirigirse a Dios es algo de suma importancia y algo a lo cual le guarda un sumo respeto.
Esta, mis amados, es una actitud importantísima en la vida.
A pesar de que podemos conocer a Dios como Padre, a Cristo como Amigo y al Espíritu Santo como Consolador, nunca debemos tratar a Dios como un igual a nosotros.
No debemos perder la reverencia, el respeto y el sentido de honra al dirigirnos a Él.
Naturalmente, este tipo de actitudes solemnes ya no son muy populares en nuestros días.
Aun entre aquellos que profesan ser cristianos, descubrimos que hay un sentido de irreverencia en la manera en la que muchos se dirigen al Señor.
Tanto es así que muchas personas, en la actualidad, hacen burla de las cosas sagradas, toman el Nombre del Señor a la ligera y juegan con las cosas de Dios.
Pero mire la declaración de David al final del Salmo 8, él dice:
“¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra!”
Mire el respeto, la reverencia, el asombro que siente este hombre al invocar el Nombre de Dios.
Él se sentía profundamente conmovido por la gloria de Dios, y nosotros debemos ser conmovidos de la misma manera.
Si tenemos tales sentimientos hacia el Señor, podremos vivir “el temor de Jehová” en la vida practica.
Entonces, ¿cómo se vive el temor del Señor en el día a día?
Proverbios 8:13 nos dice lo siguiente:
“El temor de Jehová es aborrecer el mal; la soberbia y la arrogancia, el mal camino, y la boca perversa, aborrezco”.
Si somos temerosos de Dios, nos rehusaremos a practicar el mal y a vivir en medio de él.
Además, la soberbia y la arrogancia no tendrán cabida en nuestro corazón.
Es decir, tendremos una actitud humilde, sencilla y dispuesta a aprender y cambiar de ser necesario.
Así mismo, quitaremos de nuestra vida un lenguaje perverso, obsceno y sucio.
Solo quienes temen al Señor y viven con un profundo respeto hacia Él pueden mirar hacia el futuro con esperanza.
Podemos decir que el temor de Dios es la clave que descifra el porvenir.
Solo quienes viven de este modo serán guardados por el Señor y Él mismo les proveerá todo lo que necesiten en el futuro.
El salmista dijo:
“Temed a Jehová, vosotros sus santos, pues nada falta a los que le temen”.
Aquellos que temen al Señor, es decir, su pueblo santo, tendrán todo lo necesario y podrán depender de la mano del Dios Providente.
Más adelante, el salmista declara:
“Los leoncillos necesitan, y tienen hambre; pero los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien”.
Los leoncillos son los leones jóvenes que rebosan de vitalidad y agilidad para cazar.
El salmista usa este ejemplo para referirse a que aun los que tienen todo a su favor, humanamente hablando, eso no les garantiza su futuro.
Los leoncillos representan a las personas fuertes, hábiles, que tienen ciertas ventajas sobre otros.
Pero aun ellos llegan a pasar hambre y sus talentos y métodos humanistas no pueden asegurarles el mañana.
No obstante, el salmista añade, que quienes buscan al Señor no tendrán falta de ningún bien.
Es decir, Dios se las arreglará para proveerles y suplirles todo, aun cuando los tiempos sean adversos y complejos.
Él mismo está haciendo una promesa aquí:
“Dios es el Proveedor de los que confían en Él”.
Buscar al Señor no significa buscar como si Él estuviera perdido.
Más bien, esto se refiere a tener una actitud que quiere caminar con Él, que busca aprender sus caminos y que viene y se sienta ante Él en oración.
Mis amados, quienes cultivan sentimientos profundos de adoración a Dios, respeto, honra por su Nombre y reverencia, y quienes le buscan diariamente pueden confesar:
“Nada nos falta; tenemos todo en el Señor”.
Tales personas pueden ponerse de pie en medio de las adversidades y decir:
“Mi Dios suplirá, Él me sostendrá, Él me ayudará en cada aspecto de mi vida”.
Mis amados, para enfrentar la vida con éxito y para dar la bienvenida a un mejor mañana, primero debemos ser temerosos de Dios.
Que a partir de este día, nuestra actitud y nuestra vida reflejen que tememos al Señor y que vivimos para su gloria.

Yo te pido con todo el corazón que me eches la mano en todo esto que estoy pasando somos tus hijos amados nesesitamos un milagro tuyo en lo espiritual y también en lo material te lo pido con todo mi corazon