"Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón." (Jeremías 29:13).
El secreto de las personas que poseen una fe firme, que avanzan, que alcanzan la felicidad y que tienen éxito es, sin lugar a dudas, la oración. La verdad es que sin oración no podemos progresar en nuestra vida cristiana.
Por regla general, la oración fortalece a nuestro hombre interior y, a través del encuentro diario con Dios, somos preparados para superar las adversidades de la vida. De ahí que la oración sea un aspecto vital en la vida de cada cristiano.
La dulce y tierna bendición de la oración.
En la Biblia, encontramos una escena conmovedora sobre lo que sucede durante los tiempos de oración que compartimos junto al Señor. En 1 Crónicas 17, el rey David, quien era rey de Israel, tuvo ese preciado encuentro con Dios llamado “oración” que todos los creyentes anhelamos disfrutar.
En aquella ocasión, Dios habló a David por medio del profeta Natán y le dijo lo siguiente: “7 Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo Israel; 8 y he estado contigo en todo cuanto has andado, y he cortado a todos tus enemigos de delante de ti, y te haré gran nombre, como el nombre de los grandes en la tierra” (v. 7-8).
Mire, Dios no se dirige a sus siervos de una manera impersonal o áspera, sino que lo hace con toda misericordia: “Te tomé” le dice a David, “de detrás de las ovejas”. Le dice: “David, aunque eras pequeño, débil y para muchos pasabas desapercibido, yo te escogí y he estado a tu lado desde entonces”.
Dios nos invita a tener tiempos de oración con Él, no para desacreditarnos o destruirnos emocionalmente, como si Dios fuera un Dios frío y distante, sino para mostrarnos su asombrosa gracia que nos ha salvado y sustentado hasta ahora.
Durante este precioso tiempo, que es un prototipo de la oración en el Antiguo Testamento, el Señor continua diciéndole a David: “10 Te hago saber, además, que Jehová te edificará casa. 11 Y cuando tus días sean cumplidos para irte con tus padres, levantaré descendencia después de ti, a uno de entre tus hijos, y afirmaré su reino”.
Casi puedo imaginarme a David que, al escuchar esas palabras, le faltaron las fuerzas para seguir de pie. Se sentó con el corazón lleno de gratitud. Las palabras no alcanzaban para describir su devoción.
Entonces, sucedió lo siguiente: “16 Y entró el rey David y estuvo delante de Jehová, y dijo: Jehová Dios, ¿quién soy yo, y cuál es mi casa, para que me hayas traído hasta este lugar? 17 Y aun esto, oh Dios, te ha parecido poco, pues que has hablado de la casa de tu siervo para tiempo más lejano, y me has mirado como a un hombre excelente, oh Jehová Dios” (v. 17-18).
David estaba tan pleno de esperanza, gozo y gratitud que las lágrimas brotaron de sus ojos.
Estaba desbordando de la gracia abundante de Dios. Finalmente, el rey David respondió con el corazón lleno de gratitud: “20 Jehová, no hay semejante a ti, ni hay Dios sino tú, según todas las cosas que hemos oído con nuestros oídos”.
La reacción de David ante esta gracia desbordante fue la adoración, la exaltación y la gratitud hacia Dios. Ciertamente, después de estos encuentros con Dios, la vida de David no volvió a ser la misma.
No quiero decir que David no volvió a pecar o que su fe no se tambaleó en ocasiones. Pero sin duda, aquellos encuentros lo acompañaron durante toda su vida y le seguían proveyendo fortaleza, ánimo, esperanza y gozo en medio de las tribulaciones y penas que tuvo que atravesar.
¿Sabía usted que todos los hijos de Dios hemos sido llamados a tener tal comunión con Dios y a deleitarnos en Él por medio de la oración? Lo anterior no es algo exclusivo de David, sino que es una invitación y un ejemplo para todos nosotros.
En el Antiguo Testamento, como lo fue en el caso de David, Dios hablaba y conversaba con su pueblo por medio de los patriarcas y los profetas. No obstante, la Biblia nos aclara que nuestro modo de relacionarnos con Dios es más profundo y firme ahora, en los tiempos del Nuevo Testamento.
Hebreos 1:1-2 declara lo siguiente: “1 Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, 2 en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo”.
Esto significa que, actualmente, al orar y al tener comunión con el Señor, ya no necesitamos de alguna persona o líder espiritual, sino que debemos hacerlo por medio de Cristo. Por eso, la Biblia dice: “23 En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. 24 Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Juan 16:23-24).
Esta es la bendición mayor: Tenemos acceso y comunión con Dios por medio de Jesús, el Mesías, el único Intercesor y Redentor de nuestras almas. El día de hoy, podemos disfrutar de una comunión cercana, dulce, tierna, como la que disfrutaba David en aquellos días.
En nuestra vida devocional, uno de los aspectos más importantes es la oración. El pastor Charles Spurgeon solía decir: “La oración debe ser la llave que abre todas tus mañanas, y el cerrojo que cierra todas tus noches”.
No obstante, muchas personas reconocen que no saben cómo orar ni cómo pueden dirigirse al Señor. Por supuesto, cuando un cristiano no ora, aquello redunda en debilidad, tristeza y desanimo.
Sin embargo, si aprendemos a orar y crecemos en la oración, nos fortaleceremos, veremos grandes cambios ocurrir en nuestra vida y nos sentiremos gozosos y esperanzados para enfrentar la vida. No solo eso, sino que Dios nos dará nuevos ojos para ver las cosas
La historia nos ha demostrado que una persona que ora y camina con Dios a través de tiempos devocionales privados, es más fuerte, firme y emocionalmente más estable que una persona que no lo hace.
En otras palabras, aquella persona que tiene una vida de oración ferviente se fortalece más y más con el paso del tiempo, al punto de llegar a revertir las adversidades que el día a día le presenta.
Si usted desarrolla su comunión con Dios mediante la oración y se propone desarrollar su vida devocional, entonces no hay obstáculo que no pueda vencer ni barrera que no pueda superar.
Entonces, ¿cómo podemos aprender a orar? Quiero invitarlo durante esta semana para que juntos aprendamos sobre la oración y cómo podemos orar y relacionarnos con el Padre celestial.
El mismo Señor le dice el día de hoy, en labios del profeta Jeremías: “12 Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; 13 y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”. (Jeremías 29:12-13).
Haga de estas palabras algo personal. El Dios de David, quien en su infinita misericordia se acercó tiernamente a él, se acerca a usted el día de hoy. Si usted está escuchando su voz ahora, dígale: “Heme aquí, Señor. Quiero caminar con migo en oración”.
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