Cuando le preguntaron a George Müller acerca de su constancia y pasión para orar, él dijo:
“Yo nací de nuevo por un milagro de la gracia de Dios. Y me rehuso a pasar un solo día sin ese poder de la gracia de Dios en mi vida y en mi labor”.
En el tratado titulado “Una hora con George Müller” él dijo:
“Ante Dios, siempre recibe el que siempre espera. Y siempre tendrá el que se arrodilla con fuertes deseos. Pide cosas grandes, y grandes cosas tendrás de Dios”.
Querido hermano, es importante que mantengamos una fe firme en relación a los milagros de Dios.
Nunca debemos pensar que los milagros ya dejaron de ocurrir y que Dios ya no obra en el presente.
Hebreos 13:8 dice así:
“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
Tú puedes esperar los grandes milagros de Dios en tu vida, si cooperas con Dios y obedeces su Palabra.
Como la mujer del flujo de sangre, como Andrés que trajo cinco panes y dos peces o como la mujer Cananea que declaró que aun los perros comen lo que cae de la mesa de sus amos, tú también puedes recibir un milagro en tu vida.
Ahora, ¿qué es un milagro? Es la intervención de Dios en una situación que está por encima de nosotros.
Es cuando Dios obra de manera asombrosa y cambia una circunstancia que para nosotros es imposible cambiar.
La restauración de una familia, la conversión del esposo o de la esposa, un hijo que rinde su vida a Cristo, la sanidad de una enfermedad incurable, todas estas cosas son milagros de Dios.
El comenzar una empresa para la gloria de Dios, estudiar una carrera, tener un negocio propio, ser libre de las deudas, estas cosas también son milagros de Dios en la vida del hombre.
Nosotros los cristianos, llegamos a ser hijos de Dios y nacimos de nuevo, por un asombroso milagro de la gracia de Dios.
En términos sencillos, se puede decir que nuestra vida cristiana es un milagro.
Dios lo hizo posible cuando, a través del Espíritu Santo, nos dio un corazón nuevo y un espíritu nuevo, y nos hizo entrar en comunión consigo mismo.
Esto es algo que nosotros no podríamos haber de hecho de ninguna manera.
Por eso, ya que nuestra vida espiritual y nuestra comunión con Dios resultaron de un poderoso milagro, debemos aprender a vivir inmersos en los milagros de Dios.
El apóstol Pablo dijo en Romanos 8:32:
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”
Dios no nos dio lo menos o no reservó a su Hijo Cristo, sino que lo entregó en la cruz a raudales para que pudiéramos ser salvos.
Si Dios hizo una obra tan asombrosa y abundante como esta, Pablo pregunta: “¿Cómo no nos dará junto con Cristo todas las cosas?”
Ya que Cristo murió por ti y el amor y la misericordia de Dios te han sido concedidos, ¿por qué piensas que Dios no te ayudará en las cosas menores de esta vida?
¿Por qué vives pensando que Dios no hará nada por ti y que los milagros no pueden suceder en tu vida?
Un milagro tiene lugar cuando una situación nos supera y nos declaramos incapaces para hacer algo en favor de ella.
Si tu estás viviendo una situación como esta en tu vida cotidiana, entonces eres un candidato para recibir un milagro de Dios.
No debes pensar que las cosas que son imposibles para ti, son imposibles para Dios.
Para el Señor no existe nada que sea difícil ni nada que sea imposible.
Recuerda lo que Él mismo dijo en labios del profeta Jeremías (32:27):
“He aquí que yo soy Jehová, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí?”
Él es el Dios Creador del universo, el Santo y Trascendente Dios.
No existen las imposibilidades para Él.
En cierta ocasión, un leproso vio de lejos al Señor Jesús y corrió a postrarse delante de Él.
Aunque la lepra era una enfermedad terminal e imposible de curarse, este hombre creía que Jesús podía sanarlo.
Por esta razón, al verle de lejos, se dio prisa y se arrodillo ante el señor.
Con su rostro en la tierra, le pidió al Señor que lo limpiara de su lepra.
Entonces, un asombroso milagro tuvo lugar, aun cuando era imposible que sucediera, humanamente hablando.
En Lucas 5:12-13 podemos leer la historia completa. Dice así:
“12 Sucedió que estando Él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.
13 Entonces, extendiendo Él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él”.
Así como la lepra en los tiempos bíblicos era una enfermedad incurable y mortal, el pecado es la enfermedad más terrible de todas y ha alcanzado a cada persona en el mundo.
Si hablamos en términos humanos, no hay un medicamento contra el pecado, que pueda aminorar sus efectos y que pueda deshacer sus consecuencias.
El pecado es la raíz de la amargura, de la ansiedad, de la desesperanza y de una vida vacía y sin sentido.
Quien ha sido infectado con esta terrible enfermedad espiritual, tiene sobre sí un pesado yugo que lo lleva a la infelicidad.
Las buenas obras, la superación personal, las riquezas y la fama, no pueden resolver el problema del pecado ni pueden brindarle una felicidad plena al hombre.
Hoy en día, la humanidad entera padece este terrible mal y no puede curarse a sí misma.
Sin embargo, el Hijo de Dios, Jesucristo, Él murió en la cruz para darnos salvación, limpieza de pecados y vida eterna.
Al igual que aquel leproso, nosotros debemos venir ante Jesucristo y pedirle que nos limpie.
Nota que el leproso de la historia se postró sobre la tierra cuando se encontró frente al Maestro.
Esto tiene una tremenda enseñanza para nosotros.
El postrarse es un acto de rendición y vulnerabilidad.
En la antigüedad, los súbditos se arrodillaban ante el rey para reconocer su rendición y para declarar que estaban a la orden y servicio del rey.
En otras palabras, reconocían que el monarca tenía todo poder y autoridad para hacer con sus vidas lo que bien le pareciera.
Cuando este hombre leproso se postró ante el Señor Jesús, estaba reconociendo lo mismo.
Le estaba diciendo:
“Me rindo. Todo mi ser es tuyo. Señor Jesús, Tú puedes hacer conmigo lo que bien te parezca, pues te pertenezco por completo”.
Esta es la misma actitud que tú y yo debemos tener en la vida, si queremos ver milagros de Dios ocurrir en nuestro entorno.
¿Ya le has rendido tu vida a Cristo? ¿Ya le confesaste como tu Señor y Salvador? O, ¿acaso el orgullo y la arrogancia te mantienen erguido delante de Él?
El día de hoy, despójate de todo pensamiento de orgullo y soberbia, y ríndete ante Cristo.
Deja que Él gobierne y dirija tu vida a partir de ahora.
Una vez que el leproso se postró ante Jesús y lo reconoció como Señor, abrió sus labios y le hizo una petición imposible para los hombres:
“Si quieres, puedes limpiarme”.
Solamente cuando somos de Cristo, cuando nos hemos rendido ante Él, podemos pedir lo imposible delante de Dios.
Recuerda que Dios no escucha las oraciones de quienes no le obedecen.
Juan 9:31 dice de la siguiente manera:
“Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye”.
Solo aquellos que se han rendido a Cristo y han resuelto en sus corazones obedecer la voluntad de Dios, serán oídos en el Cielo y recibirán respuestas a sus oraciones.
Finalmente, después de que el leproso se postrara e hiciera su petición, el Señor le respondió:
“Quiero; sé limpio”.
El Señor le extendió la mano y lo toco.
¿Sabes qué significa esto?
El Señor Jesús le extendió la mano como aquel que tiende la mano a su amigo para levantarlo y ayudarlo.
El Señor Jesús no es alguien frío e indiferente, ni alguien que nos mira con desprecio.
La expresión “Quiero”, significa que Él está interesado más de lo que nosotros lo queremos.
Permíteme preguntarte, ¿podemos ser mayores que Jesús en algo? ¿Podemos ser más grandes que Dios en alguna cosa?
¡No! Desde luego que no.
Cuando el Señor le dice al leproso “Quiero”, Él le está diciendo:
“Se que has anhelado la sanidad por mucho tiempo, que has soñado con ella y que la anhelas con todo tu ser”.
“Sin embargo, yo la quiero más que Tú. Querido hijo, Tú no puedes ser más grande que yo en nada”.
“No anhelas la sanidad más de lo que yo la quiero y la deseo para ti”.
Querido hermano, cuando vengas ante Jesucristo con una petición santa y justa, con un requerimiento para su gloria, debes tener en claro que Él lo desea más que tú.
La bendición, Él quiere dártela más de lo que tú la deseas.
Te quiero pedir que nunca olvides lo que hemos hablado esta semana.
Los milagros suceden, son reales y tienen lugar en la vida de aquellos que cooperan con Dios.
Debes tener un fuerte deseo de ver un milagro, debes anhelarlo con todo tu ser.
Debes orientar tu mente a las cosas de Dios y traer tus cinco panes y tus dos peces ante Él.
Aunque no lo merecemos, debemos postrarnos ante el Señor y decirle: “Los perrillos comen lo que cae de la mesa de sus amos”.
Debemos rendirnos ante Dios si queremos ver un milagro.
Con toda seguridad, Él quiere obrar en tu vida más de lo que tú lo has imaginado.

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