"He aquí yo les traigo sanidad y medicina, y los curaré." (Jeremías 33:6).
Creer en Jesucristo como Señor y suficiente Salvador es también dar inicio a un tiempo de sanidad y restauración en nuestra alma. Ser un cristiano no se trata de entrar en una nueva religión o de adoptar una filosofía subjetiva, sino de nacer a una nueva vida y entrar en una nueva etapa. Por lo tanto, cuando venimos a los pies de Jesucristo un milagro comienza a ocurrir. Se trata del milagro de la sanidad interior.
Sin embargo, ¿qué quiero decir con sanar interiormente? Este es un concepto que debemos tener en claro. La sanidad interior de Dios para nuestra vida es cuando nuestra alma es restaurada, edificada, fortalecida y levantada por el Señor para vivir una vida victoriosa, triunfante, poderosa y creativa. En otras palabras, es abandonar el estado herido y amargado del alma, mientras somos llevados por Dios a la reconstrucción de nuestras vidas.
En palabras sencillas, creer en Jesucristo es comenzar el camino hacia la sanidad interior del alma, para que liberados y restaurados, podamos vivir una vida de éxito que glorifique a Dios. Por lo tanto, la sanidad interior es una experiencia que todo creyente debe tener, tomado de la mano de Dios. Si nuestra alma no es sanada, entonces nuestra experiencia de vida será amarga y agobiante.
Aunque el hombre es un ser físico que opera en el plano natural, nunca debemos olvidar que es también un ser espiritual, que posee un alma. Tratar de comprender al hombre solo desde una perspectiva física y natural, sin considerar su ser interior, no solo es un error, sino que tal percepción nos impedirá experimentar la gracia sanadora de Dios.
Debido a que el hombre tiene un alma, es decir, un “yo” interior, su vida en general no puede dejar de ser influenciada por lo que le sucede en lo interno. De hecho, la Biblia hace un gran énfasis en la influencia que ejerce el ser interior en la vida. La Biblia dice que así como una persona es en sus pensamientos, así es en su forma de vivir. Además, la Biblia resalta que de lo que abunda en el corazón, de eso mismo habla la boca.
El Señor Jesús resaltó esta verdad. Un día, Él reunió a una multitud y les dijo: “Oíd, y entended: lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre” (Mateo 15:18).
¿Qué significa todo esto? Que la vida del hombre es gobernada completamente por el ser interior. En palabras del apóstol Pablo, hay un “yo” que se ve y un “yo” que no se puede ver. 2 Corintios 4:16 dice: “Aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. Aquí, el “hombre exterior” se refiere al cuerpo, al “yo” que se ve. Mientras que “el interior” se refiere al “yo” que no se puede ver.
Antes de que algo ocurra en nuestro exterior, primero sucede en nuestro mundo interior, que es nuestra mente y nuestra alma. Ahora, si la vida interior se refleja en nuestra vida exterior, ¿qué sucede cuando el alma del hombre está herida? Un alma herida es el origen de toda amargura y complejo de inferioridad. Cuando el interior está destruido, esa misma destrucción brota hacia afuera.
Por causa del pecado, muchas personas se encuentran derrotadas y abatidas, así como llenas de confusión y de dolor. Desde la destrucción de la personalidad, las enfermedades mentales como la ansiedad, el temor, la soledad y la depresión, hasta la devastación familiar y la ruina económica, todo es el resultado de una vida de pecado y rebeldía contra Dios.
Esta es al razón por la cual una gran mayoría se encuentran destruidos tanto interior como exteriormente. No solo viven deprimidos y sin ánimo sino que su entorno, su familia y sus asuntos personales, se encuentran golpeados de la misma manera como un huracán golpea y destruye todo a su paso.
Sin embargo, los hijos de Dios debemos abrigar en nuestro corazón una gran convicción respecto de la sanidad que Dios desea llevar a cabo en nuestro interior. Esta convicción no es una teoría o una hipótesis, es un hecho: Dios quiere sanar interiormente a cada uno de sus hijos. Esto se debe a que Dios no quiere vernos arruinados o devastados, sin esperanza alguna, sino que desea que prosperemos en todo y tengamos salud, así como prospera nuestra alma.
La sanidad interior y de la vida en general es un regalo de Dios para el hombre. No es la voluntad de Dios que sus hijos vivan en destrucción y confusión. Por lo tanto, al buscar la sanidad interior, también estamos buscando el camino y la voluntad de Dios para nosotros.
El alma de una persona puede estar herida a causa de muchas cosas. Hay quienes fueron abandonados por su padre o su madre cuando eran niños y eso creó una herida en su alma. Otros fueron abusados física, verbal e incluso sexualmente y por eso su alma está herida. Hay quienes recibieron palabras de desaprobación como “Tú no sirves. Tú no vales nada. Tu opinión no importa. Tú eres un fracasado” y esas palabras se quedaron incrustadas en sus almas como flechas.
Hay personas que fracasaron en algún aspecto de su vida. Hay quien fracasó en el matrimonio, quien fracasó en los negocios, quien fracasó incluso en el ministerio, y por eso, su alma está herida y quebrantada.
Para todos nosotros, y para muchos más que están heridos, Dios ha dado una promesa. Dios ha declarado su voluntad en su Santa Palabra: “He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad” (Jeremías 33:6).
Note las palabras del Señor: “Yo les traeré”. No dice “Enviaré a alguien”. Dice “Yo, yo mismo lo haré”. Esto significa que Dios está comprometido con la sanidad y, por ende, Él mismo la lleva a cabo. Es Dios quien sana. Si aprendemos a caminar con Él, nuestra alma sanará, la amargura se irá y viviremos una vida abundante.
El Señor, además, dice: “Les traeré sanidad y medicina”. Solo en Dios está el remedio para el alma herida. Solo Dios puede sanar verdaderamente nuestro interior. Dios es el que cura y alivia. Esto es algo que no debemos olvidar jamás.
Al final, Dios nos dice: “Les revelaré abundancia de paz y de verdad”. Dios nos dará a conocer una paz que nunca antes hemos conocido. No es una paz como la que el mundo la da, no es una paz como los hombres la dan, es una paz diferente. La paz del hombre tiene su fundamento en las circunstancias. Cuando todo va bien, el hombre está tranquilo. Pero cuando el entorno se vuelve amenazante, el hombre pierde la paz.
Sin embargo, esta paz dada por Dios no se basa en lo que vemos, oímos o tocamos, sino que tiene su fundamento en la Palabra de Dios y en sus promesas. Solo ahí nuestra alma puede realmente descansar. Además, el Señor nos revelará “Verdad”. Esto significa que nuestra vida dejará de estar marcada por la mentira y el engaño que el diablo y el mundo nos mostraron. Dios nos enseñará el camino que debemos seguir y nos hará comprender el verdadero significado de la vida.
Prepare su vida para recibir la sanidad interior de Dios. Si usted está herido, si aún no ha podido perdonar ni superar aquella vivencia traumática, Dios está listo para venir a usted trayendo sanidad y medicina, y para curarlo totalmente. Recuerde, Dios es el Dios de sanidad.
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