Lutero solía decir que el corazón de la Biblia es Juan 3:16. Él decía que bien podría ser una Biblia en miniatura.
Esto se debe a que este pasaje describe en su totalidad la verdad del mensaje que predicamos.
Dice de esta forma:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Sin lugar a dudas, este es un pasaje muy profundo y significativo.
Antes de entrar a explicarlo en detalle, primero consideremos algunas cosas que hemos hablado hasta el momento.
Como ya hemos visto, existen tres razones principales por las cuales el hombre tiene que nacer de nuevo.
Primero, porque está muerto espiritualmente, está privado de la vida de Dios.
Segundo, porque pertenece a la familia de Adán, la cual está condenada y bajo la ira de Dios.
Tercero, porque sin la experiencia del nuevo nacimiento, nadie puede ver ni entrar en el reino de Dios.
Las tres razones anteriores en conjunto describen una condición desesperante y dolorosa en la que se encuentra el hombre.
Podemos preguntarnos, entonces, ¿cuál es la respuesta de Dios para la humanidad?
Antes de que afirmemos que Dios ha tenido misericordia y nos ha extendido su gracia, primero quisiera hacer un comentario.
Aunque Dios nos ha mostrado un amor y misericordia sin límites, nunca debemos olvidar que Él no estaba obligado a hacerlo.
Dios no tenía ninguna obligación de amar y perdonar.
De hecho, si Él hubiera condenado a toda la creación y hubiera decidido no salvarnos, los atributos de su justicia y su bondad seguirían intactos.
Él seguiría siendo justo, recto y bueno.
Menciono esto porque muchas personas tienen la equivocada idea de que Dios está obligado a amar y perdonar a todas y cada una de las personas en el mundo.
Sin embargo, esto no es así.
Dios no tiene nigua obligación de hacerlo, y si lo hace, es por su gracia y misericordia infinita.
Cuando pensamos en ello, el significado de Juan 3:16 se vuelve todavía más profundo y asombroso.
Dios no tenía qué hacerlo, pero en su gracia, decidió salvar a un grupo de personas, amarlas y mostrarles a ellas su camino y su bondad.
El hombre, quien dio la espalda a Dios y decidió vivir separado de Él, no merecía sino el castigo de Dios y la condenación eterna.
Su terrible maldad y depravación lo hacen merecedor del más severo castigo.
La humanidad toda se encuentra en esta condición tan terrible.
Pero el Dios Soberano, en un acto libre de su gracia y su misericordia, intervino en la historia, separó a un pueblo para sí, se reveló a ellos y los amó con un amor eterno.
Por eso, hoy podemos afirmar que la respuesta de Dios para el hombre es un camino de gracia y salvación.
En la conversación que el Señor Jesús sostuvo con Nicodemo, le dijo:
“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).
Nicodemo, naturalmente, le preguntó: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (Juan 3:4).
Para ver el reino de Dios, uno tiene que nacer de Dios en la regeneración.
Éste es el nuevo nacimiento.
Jesús le dijo:
“Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).
Así como hay un nacimiento de la carne, también hay un nacimiento espiritual.
Todos los seres humanos hemos nacido de la carne. Es decir, fuimos engendrados por nuestros padres.
Y todo lo que ha nacido de la carne permanece siendo carne.
Sin embargo, hay un segundo nacimiento el cual es espiritual, producido por el poder del Espíritu Santo.
Cuando tal cosa sucede, comienza una nueva vida llena de luz, dirigida por Cristo.
En el nuevo nacimiento, Dios nos da un espíritu nuevo y un corazón nuevo.
Somos incluidos en la familia de Dios y recibimos el Espíritu Santo, quien nos acompaña durante el resto de nuestras vidas para que amemos a Dios y cumplamos su voluntad.
En síntesis, cuando Dios regenera a una persona hace un milagro similar al de la creación del universo.
De hecho es un milagro mucho todavía más grande.
A partir de entonces, el hombre es considerado una nueva criatura y parte de una nueva creación por medio de Cristo.
De ahí que Pablo afirme en 2 Corintios 5:17:
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
Cuando uno experimenta el milagro de la regeneración, se convierte en alguien que nunca antes ha sido.
No es que “algo” haya simplemente cambiado en nosotros. No.
Sino que el hombre regenerado es un nuevo ser, una persona que nunca antes ha sido, una nueva creación de Dios.
La pregunta de Nicodemo (en Juan 3:9) se extiende a todos nosotros:
“¿Cómo puede hacerse esto?”
Nosotros también nos preguntamos: “Señor, ¿cómo puede hacerse esto?”
Si leemos Juan capitulo 3, versículos 1 al 21, descubriremos que la respuesta del Señor Jesús a esta pregunta, fue: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
De esta manera, el Señor revela lo ocurrido en aquellos que nacen de nuevo.
En primer lugar, para nacer de nuevo una persona tiene que reconocer a Jesucristo como el enviado de Dios.
La frase: “Dios... dio a su Hijo unigénito” significa que Jesús es el Hijo de Dios.
Pero, ¿qué significa que Jesús es el Hijo de Dios?
Muchos piensan que esto se refiere a que Jesús es alguien menor a Dios el Padre.
No obstante, tal razonamiento es opuesto a la Escritura.
El concepto de “El Hijo de Dios” se refiere a la encarnación de Dios. Quiere decir que Dios se hizo hombre y vino al mundo como uno nacido de mujer, un hijo.
Al pensar en Cristo, no debemos ser subjetivos. Él es Dios encarnado.
Dios no envió a un subordinado para realizar la obra de salvación. Él mismo vino en forma de hombre.
Por esta razón, Pablo afirmó en 1 Timoteo 3:16:
“E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria”.
Dios se manifestó en carne. En otras palabras, Dios se encarnó.
Decir que el Hijo de Dios vino al mundo y murió por nosotros es afirmar que Dios se hizo hombre, vino al mundo y murió en nuestro lugar.
En la actualidad, muchos miran a Jesús únicamente como un profeta, como un iluminado, como un mártir o como un líder político.
Pero solo los que reconocen a Jesús como el Mesías y el Unigénito de Dios son regenerados.
Dios envió a su Hijo al mundo para resolver el gran problema.
¿Cuál es este problema? Que el hombre está muerto espiritualmente y separado de Dios.
Un hermano oriental dijo en cierta ocasión: “Dios solo tiene una respuesta para cada problema de la humanidad: su Hijo Cristo”.
Tenemos que reconocer a Jesús como el Hijo de Dios quien vino al mundo a establecer la nueva creación.
Todos aquellos que reconocen a Jesús como tal tienen vida eterna.
Por lo tanto, no veamos a Jesús de manera errónea, como un ángel enviado, o como un Jesús histórico y político, sino como verdaderamente es: La Única respuesta de Dios.
Jesús, el Dios hombre, se entregó por nosotros.
Si usted todavía no tiene tal fe y seguridad acerca de Jesucristo, arrodíllese ahora mismo y clame a Dios diciendo: “Dios, revélame por medio de tu Espíritu Santo a Jesús como el Mesías y el Salvador de mi alma”.
Pida esto con todo su ser.
En consecuencia, Dios se revelará a usted en Jesucristo y podrá tener la experiencia del nuevo nacimiento.
Mis amados, no nacemos de nuevo cuando vamos a la iglesia, o cuando nos empiezan a gustar las alabanzas cristianas o cuando simpatizamos con un grupo de personas.
Nacemos de nuevo cuando creemos en Jesucristo como Señor y suficiente Salvador.
Les pido que no nos confundamos.
En segundo lugar, si una persona ha de nacer de nuevo debe creer totalmente en Jesucristo.
La frase de Juan 3:16: “para que todo aquel que en él cree” significa que debemos depositar toda nuestra confianza en la obra de Cristo.
Noten ustedes que, aunque Dios amó al mundo, no todos han de beneficiarse de ese amor y gracia.
Sino solo aquellos que creen en Él, en Jesucristo.
Muchas personas piensan que deben hacer algo para alcanzar la salvación y la aceptación de Dios.
La verdad es que no hay nada que puedan hacer.
El único lugar en donde la gente será aceptada por Dios es cuando están en Cristo.
Debemos confesar: “Cristo Jesús, no hay nada que yo pueda hacer. Estoy totalmente perdido a menos de que tú me extiendas tu mano.
Perezco y muero, mas por los méritos de Cristo puedo ser perdonado y puedo tener vida”.
Nunca debemos pensar de manera contraria a lo anterior.
En la Biblia, Dios estableció un único medio de salvación y vida eterna: Jesucristo.
Debemos creer que Él ha realizado toda la obra y que cuando dijo: “Consumado es” (Juan 19:30), todo terminó.
Nada podemos hacer, solo depositar nuestra fe y confianza en Cristo. Esto es dependencia.
De esta manera alcanzamos salvación.
Por último, una persona que anhela el nuevo nacimiento debe comprender su pecado.
Jesús dijo: “no se pierda, mas tenga vida eterna”.
La palabra “perdición” es la palabra usada en el Nuevo Testamento para referirse al infierno, el lugar al que van los hombres que han pecado y no alcanzaron misericordia por no arrepentirse de sus pecados.
Tenemos que reconocer que ése era nuestro destino.
La gente va al infierno por causa de sus pecados.
Tenemos que aceptar que somos pecadores de nacimiento y que todo lo que hemos hecho, perteneciendo a la creación de Adán, es pecado.
Cada respiración en “Adán” es pecado.
Cada acción que hacen los hombres en “Adán” es pecado y Dios la desprecia.
Debemos comprender que la primera creación ofende a Dios en todo momento.
Tenemos que aceptar también que pertenecemos por naturaleza a esa creación.
Solo cuando una persona reconoce su pecado puede correr al Salvador para ser lavado, justificado y regenerado.
Si no reconocemos nuestros pecados ¿cómo podrá Dios limpiarnos?
¿Sabe usted por qué en muchas iglesias Jesucristo es tratado como un camarada y como un mero concepto?
Porque muchas personas no han entendido su profunda necesidad de ser salvos y rescatados del infierno.
Si tan solo reconocemos que estamos muertos en delitos y pecados, y que la suma de nuestros pecados merecen el castigo de Dios, entonces comenzaremos a ver a Jesucristo como realmente es: El Salvador.
Si fallamos en esto, habremos fallado en todo.
Usted solo puede arrepentirse realmente cuando ha reconocido sus pecados realmente.
Si usted piensa que no es tan malo después de todo y que solo necesita ajustar algunas cosas en su vida y que Dios estará feliz con eso, con toda seguridad no ha comprendido la gravedad de permanecer en la creación de Adán.
¿Sabía usted que hombres buenos, respetuosos y morales irán al infierno?
¿Por qué? Porque fueron muy buenos, amables y respetuosos en Adán, en la creación condenada por el pecado.
Ésta es la razón por la cual necesitamos un Salvador.
Alguien que nos libre de nuestro primer progenitor, Adán, y que nos haga nacer en una nueva familia.
Un sustituto que dé su vida por nosotros.
El único que puede hacerlo es Jesucristo.
Por ello, el profeta Isaías afirmó:
“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”.
Jesucristo se puso en nuestro lugar, nos sustituyó, pagó por nuestros pecados.
A estas alturas, permítame hacerle una pregunta: ¿a cuál familia pertenece usted?
“Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:18-19).
De hecho, lo invito a leer y meditar el pasaje de Efesios 2:11-22.
Queridos hermanos, solo Jesucristo puede cambiar nuestra espiritualidad.
Aquellos que pertenecen a la familia de Adán tienen la espiritualidad terrenal que trae condenación.
Sin embargo, en Jesucristo usted recibe una nueva espiritualidad, la celestial.

Comments