Una vida dirigida por el Espíritu Santo
- Marlon Corona
- 5 jul 2019
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 8 jul 2019
Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:8).
na de las mayores bendiciones que tenemos como hijos de Dios es la de ser guiados por el Espíritu Santo. Y podemos decir que uno de los más grandes deleites de Dios en relación a su pueblo es el de guiarlos y dirigirlos. La cantidad de pasajes que hablan al respecto es abrumadora. Pero en todos estos pasajes podemos ver el corazón de Dios.
Isaías 48:17, Salmo 25:8-9 y el Salmo 32:8 Nos enseñan esta verdad. Por eso, uno de los aspectos del ministerio del Espíritu Santo es guiar a los hijos de Dios y encaminarlos a la bendición, a la paz y a la esperanza. Esta fue la razón por la que Pablo lo reiteró (Romanos 8:14).
Dios ha prometido que aquel que se disponga a ser guiado por el Espíritu Santo, indudablemente comenzará a escuchar la voz de Dios y, al obedecerla, llegará a ser poseedor de las más ricas bendiciones celestiales (Jeremías 6:16).
Si tan solo hacemos un alto en nuestra vida y pedimos la dirección y guía del Espíritu Santo, y si entramos en el camino de Dios, le buen camino, nuestra alma experimentará la bendición de la paz y tendremos descanso en nuestra alma.
Entonces, ¿cómo nos guía el Espíritu Santo en la vida cristiana? Juan 16:7-8. En primer lugar, el Espíritu Santo nos guía al arrepentimiento y a la conversión. Para esto, primero nos guía a comprender nuestros pecados. El hombre, por naturaleza, está cegado ante sus pecados. Vive tan sumido en la desobediencia que ni siquiera logra darse cuenta de su propia maldad. Es como el pez que no sabe que está mojado.
Por eso, el Espíritu Santo viene y abre nuestros ojos al pecado y señala nuestra maldad para que nos podamos arrepentir. Una mujer que se convirtió a Cristo hace aproximadamente dos años, sacó de su clóset una caja de ropa vieja que ya no se ponía. Mientras sacaba aquellas prendas no dejaba de sorprenderse.
En el tiempo que vivía sin Cristo se vestía de una manera inapropiada y sensual. Pero cuando conoció al Señor su vida experimentó una asombrosa transformación. Tanto fue así que incluso su forma de vestir fue cambiada. Al mirar aquella ropa pudo darse cuenta de la vida qué llevaba y se sorprendió de que su vida hubiera sido de esa manera. Con un suspiro dijo: “Señor, no me daba cuenta de lo perdida que estaba. Gracias por abrir mis ojos”.
De una manera similar, el Espíritu Santo comienza a abrir nuestros ojos y nos revela nuestro pecado. Entonces, nos guía al arrepentimiento y nos hace volvernos a Dios. El día de hoy, pídale al Espíritu Santo que le convenza de pecado, que abra sus ojos para ver su propia maldad y poder apartarse de ella.
En segundo lugar, el Espíritu nos guía a la justicia. Debido a que el hombre es pecador no puede estar delante de Dios. Es un deudor ante la justicia divina. Esta condición se estableció cuando Adán y Eva pecaron y fueron rebeldes ante Dios.
Por eso era necesario que se ofreciera un sacrificio que expiara los pecados de la humanidad. Ese sacrificio fue Jesucristo. Cuando Jesús estaba en la cruz, clavaron sus manos y sus pies al madero con grandes clavos y tuvo que usar una corona hecha de espinas. Por esto, Jesús quedó cubierto de heridas y de sangre.
¿Por qué el Hijo De Dios tuvo que ser castigado tan severamente? La razón de tantos sufrimientos de Jesús son nuestras faltas y pecados. Todo hombre está atado por el pecado y lleva una vida quebrantada por causa de él. Para liberar al hombre de su pecado y de su quebranto, Jesucristo padeció en la cruz.
Cuando el Espíritu Santo dirige nuestra vida, Él nos lleva a comprender esta verdad y nos guía a comprender la obra de la cruz en donde la justicia de Dios nos fue concedida por Cristo. Cuando conocemos esta verdad llegamos a ser liberados y por consiguiente experimentamos victoria y paz.
En tercer lugar, el Espíritu Santo nos guía al juicio. ¿Qué quiere decir esto? En este pasaje, el juicio es el entendimiento de la vida, de lo bueno y de lo malo. Por eso dice que el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado. El diablo trata de influenciar a las personas para que piensen y juzguen las cosas como él, de una manera arrogante, orgullosa y sin reconocer a Dios.
El hombre tiene una manera muy particular de juzgar el mundo y de entender la vida (Isaías 5:20-23). El juicio del hombre está oscurecido por el pecado. Pero cuando viene el Espíritu Santo a nuestra vida nos lleva a juzgar el mundo y la vida con una juicio correcto.
Llegamos a decir como el apóstol Pablo que “nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16). Debemos orar continuamente como el salmista (Salmo 143:10). Entonces, cuando vengan las tribulaciones, podremos contemplar a Dios y comprenderemos el propósito de la aflicción. A partir del día de hoy, llevemos una ida guiada por el Espíritu Santo.
Haga esta oración conmigo.
Precioso Espíritu Santo, Tú me guías a la verdad y ahí me das libertad y gozo. Lleva a cabo tu obra en mí. A partir de este día quiero ser guiado por ti. Convénceme de mi pecado. Abre mis ojos a mi maldad y concédeme la gracia para apartarme en arrepentimiento.
Guíame a Jesucristo y revélame su salvación. Dirígeme a la justicia de Dios que es en Cristo Jesús. Y dame tu juicio. Que ya no mire las cosas como antes, cuando vivía en mis pecados sino que ahora juzgue todo como espiritual. En el nombre de Jesús. Amén y amén.
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